Ahora el presidente de Estados Unidos y el primer ministro de Canadá tienen sus propias conclusiones del ser y quehacer del presidente de México: lo vieron en privado, en actos sociales, en juntas de trabajo, discusiones bilaterales, trilaterales y, durante la conferencia ante medios. Se soplaron 41 minutos de la retórica que a diario le receta a los mexicanos.
Andrés Manuel López Obrador va por la libre y sin modificar el rumbo, no hay consultas, su discurso es el mismo del primer día, igual dice que ya no hay corrupción, a pesar de las múltiples evidencias de casos que involucran familiares y cercanos, que presume como exitosos programas que ni siquiera han cubierto las reglas de operación.
En las reuniones de la llamada cumbre de líderes de América del Norte, se vieron largas mesas con funcionarios de los tres países, pero fuera del Secretario de Relaciones Exteriores y la esposa del mandatario, los demás parecían invitados de palo. No pasó desapercibido que en las juntas a la izquierda del presidente Biden estuvo el fiscal Merrick Garland mientras destacaba la ausencia del Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, a quien no le avisaron con tiempo, según dijo Marcelo Ebrard, aunque los enterados recordaron que Gertz tiene algunos pendientes con la justicia estadounidense.
El discurso durante la trilateral tuvo sus desatinos, como eso de decirle a Biden que Estados Unidos no brinda apoyo desde tiempos de Kennedy, a lo que el norteamericano le respondió contundente que Estados Unidos apoya más que el resto de los países juntos y lo hace en todo el mundo.
Andrés Manuel López Obrador perdió la brújula, se trataba de una cumbre regional, para atender los intereses de los tres países de América del Norte, no era el espacio para el sueño bolivariano, los programas sociales de su gobierno, ni las protestas en Brasil, por separado sus homólogos ya habían enviado solidaridad al presidente Lula da Silva.
Cumbre aparte, salvo los actos protocolarios, la agenda de López Obrador es mínima: las mañaneras, las giras de fin de semana, algunos actos cívicos, el seguimiento de redes sociales y la junta del gabinete de seguridad que presume como algo único porque, según él a nadie se le había ocurrido sesionar cinco días de la semana a las seis de la mañana.
Esa forma tan particular de actuar del presidente se reflejó hace una semana con el operativo para detener a Ovidio Guzmán López. Al mismo tiempo que en las cercanías de Culiacán las fuerzas del ejército y de la policía de Sinaloa capturaban al capo, en Palacio Nacional se desarrollaba la reunión cotidiana con todos los titulares de seguridad.
Ante un operativo de esa naturaleza cualquier mandatario se encierra en un cuarto de situación para dar seguimiento paso a paso de las acciones. López Obrador terminó su reunión, pasó a la mañanera que remató diciendo que sabía de lo que estaba sucediendo, pero no tenía información y literalmente le dijo a los reporteros adiós, adiós.
El presidente de México no administra, no se le da, menos delega, solo ordena y su forma de supervisar es con base en declaraciones, es su palabra contra la de los demás, así se trate de técnicos o especialistas.
El solitario de palacio que refería Luis Spota en sus novelas, ahora es el soberano de palacio que no ve ni oye. Solo se escucha a él mismo.