Las historias de fantasmas y las leyendas de casas encantadas nos permiten acercarnos -aunque sea indirectamente– a nuestros propios temores y ansiedades sobre la mortalidad y lo que hay más allá.
Nota del editor: Colin Dickey coeditó (junto con Joanna Ebenstein) la obra antológica «The Morbid Anatomy Anthology». También es miembro de la Order of the Good Death u Orden de la Buena Muerte, un colectivo de artistas, escritores y profesionales de la industria de la muerte interesados en mejorar la relación del mundo occidental con la mortalidad. Es el autor de «Ghostland: An American History in Haunted Places». Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
¿Aún necesitamos a los fantasmas? La respuesta corta es sí. En la era digital, donde imperan la ciencia y la lógica, donde toda la información que necesitamos está al alcance de los dedos, uno podría pensar que las historias de fantasmas habrían desaparecido a estas alturas. Pero resulta que ocurre todo lo contrario.
Las historias de fantasmas siguen siendo parte del mundo del siglo XXI, y al parecer la aparición de nuevas leyendas no ha remitido. Cuando empecé a investigar fantasmas y lugares embrujados para escribir mi libro, esperaba sobre todo encontrar historias que dataran del siglo XIX y antes: soldados de la Guerra Civil, vaqueros, tal vez algunos puritanos. Pero además de esas historias, encontré muchas que son modernas: casas y edificios que han sido recientemente embrujados, sus fantasmas han surgido solo en los últimos años.
Las historias sobre casas abandonadas siguen siendo parte del mundo del siglo XXI.
Encontré fantasmas contemporáneos en Nueva Orleans, donde se dice que el fantasma de una mujer que murió durante el huracán Katrina deambula por un restaurante local.
Encontré un fantasma emergido de las tragedias del 11 de septiembre: vagando entre los escombros recogidos en el vertedero de Fresh Kills en Staten Island, vestida como una enfermera la Segunda Guerra Mundial.
Y encontré fantasmas en los engranajes de la propia Internet. Después de que una amiga mía falleció, Facebook seguía trayendo su rostro de vuelta en mi news feed, pidiéndome que «reconectara» con ella; los algoritmos de Facebook, después de todo, no podían distinguir entre alguien que acababa de dejar el sitio y alguien que nos había dejado por completo.
Las historias de fantasmas y las leyendas de las casas encantadas parecen persistir (al margen de si uno realmente cree en lo paranormal) porque satisfacen una necesidad cultural básica. O mejor dicho, un conjunto de necesidades culturales, cada una de las cuales es importante por derecho propio.
Las historias de fantasmas parecen seguir siendo una herramienta vibrante y necesaria para ayudarnos a afrontar lo que no conocemos.
Nos permiten acercarnos – aunque sea indirectamente – a nuestros propios temores y ansiedades sobre la mortalidad, y lo que hay más allá. Y también pueden ayudarnos a tratar la pérdida de los seres queridos que se han ido antes que nosotros.
Los fantasmas también nos ayudan a lidiar con la tragedia y un mundo que es aterrador para los vivos. Por ejemplo, el espiritismo (una de las más tempranas teologías estadounidenses de manufactura propia, según la cual los ‘mediums’ podían comunicarse con los muertos) surgió a partir de esta necesidad: el deseo de quitarle hierro a la muerte, y mantener la frontera entre la vida y la muerte un poco más porosa, un poco menos aterradora. Y, por supuesto, el espiritismo en Estados Unidos solía florecer cuando los estadounidenses morían en grandes números por causas no naturales: después de la Guerra Civil y de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, cuando las familias se vieron obligadas a llorar a los jóvenes antes de tiempo.
El caso del restaurante embrujado en Nueva Orleans es otro buen ejemplo: una mujer local llamada Vera Smith murió durante el huracán Katrina y ahora su fantasma supuestamente vaga en el restaurante local construido cerca de donde hallaron su cuerpo. Para exorcizar a su fantasma, los propietarios del restaurante le construyeron una pequeña capilla al costado del edificio. Vera no era una celebridad ni tenía cargo político, pero era importante en su comunidad, y la historia de su fantasma ha sido una forma de mantener viva su memoria: ahora los clientes preguntan por la capillita y con ello aprenden un poco más sobre su pasado y su legado.
Además, las historias de fantasmas son una forma que tenemos de llenar los vacíos en el registro histórico. A menudo, son micro-historias: historias y leyendas en torno a una casa, un hotel, un cementerio en particular.
Todos crecimos con aquella extraña casa al final de la cuadra: la de la pintura desconchada, las malas hierbas en el jardín, las persianas cerradas. Nunca supimos lo que pasaba con esa casa, quién era su propietario, por qué era diferente al resto de las casas, entonces inventamos historias de fantasmas sobre ella, nos retábamos para ver quién se atrevía a tocar la puerta en Halloween, y acelerábamos el paso cada vez que cruzábamos por allí. Contarnos historias de fantasmas -incluso sobre casas famosas- parece ser una manera que tenemos para dar sentido a algunos de los edificios raros y anacrónicos que nos rodean.
Después de todo, incluso durante la era de la información, cuando tantos datos están a nuestro alcance, todavía hay mucho que no sabemos. Para muchas personas, las historias de fantasmas parecen seguir siendo una herramienta vibrante y necesaria para ayudarnos a afrontar lo desconocido.
Fuente: CNN