Colaboración de Francisco Fonseca
Hay libros que leímos hace tiempo y cuyo contenido en su momento nos asombró. Pero es aún más interesante que mediando la segunda década del siglo XXI, esos textos nos sigan impactando por su precisión al dejar claros temas del dominio público. Me refiero a El Shock del Futuro, de una vigencia que asombra de tan certera y vigorosa, escrito por el norteamericano Alvin Toffler, hace casi cincuenta años.
Millones de personas comunes, psicológicamente normales -advierte Toffler- sufrirán la brusca colisión con el futuro, y para ello se debe estar preparado. Desde entonces, la inminencia del cambio abrumó a numerosos grupos de población que se negaban a afrontar nuevos modelos de vida. La adaptación al cambio era, y sigue siendo, el tema fundamental en las conversaciones. En el quehacer cotidiano hablamos de cómo nuestra existencia sigue cambiando y cómo nos cuesta trabajo encarar las realidades que encontramos con solo abrir los ojos, parar los oídos, agudizar los sentidos.
A partir de la asimilación del libro, los valores y las costumbres cotidianas empezaron a ser analizados, así como los productos que compramos y los que rechazamos, los sitios que dejamos atrás, las corporaciones e instituciones en las que pasamos gran parte de la existencia; las personas que transcurrieron por nuestra vida, cada vez más de prisa.
Es claro, como lo subraya el autor, que tiene que haber un equilibrio que resguarde al género humano de los efectos dañinos de un cambio producido con brusquedad y que está dando vuelta irrepetible al espejo del tiempo. El futuro, lo sabemos, puede ser como una ola turbulenta con procesos irracionales de irritación, abandono y olvido de nuestras raíces, o bien el viento suave que vuelque la realidad en un nuevo caleidoscopio que condicione a la humanidad para que interprete roles diferentes, más sanos y creativos.
Hoy, efectivamente, vivimos en una vorágine de procesos que nos producen desazón y abatimiento; solo sabemos de guerras, levantones, secuestros, balaceras, asesinatos, genocidio. Y en menor escala, delitos patrimoniales en todas sus facetas: robos, fraudes, defraudaciones fiscales gigantescas, etc.
El libro nos habla que actualmente estamos viviendo la octingentésima generación (800) de la humanidad. Significa que si los últimos 50 mil años de existencia del ser humano se dividiesen en generaciones de unos sesenta y dos años, habrían transcurrido, aproximadamente, 800 generaciones.
Pero solo durante las últimas cuatro, ha sido posible medir el tiempo con precisión. Solo durante las dos últimas, se ha utilizado el motor eléctrico. Y la inmensa mayoría de los artículos materiales que utilizamos en la vida cotidiana adulta, ha sido inventada dentro de la generación actual, que es la que hace el número 800.
Toffler también habla de la actualidad en la educación. Dice que confiamos en la educación para preparar a los hijos para la vida del futuro. Los maestros advierten que la falta de educación destruiría las oportunidades del niño en el mundo de mañana. Los grupos de poder: Gobiernos, iglesias, medios de comunicación exhortan a los jóvenes para que sigan estudiando, insistiendo en que el futuro de cada cual depende de su educación.
Pero, continúa Toffler, a pesar de toda esta retórica, nuestras escuelas miran hacia atrás, hacia un sistema moribundo, más que hacia delante, donde está la nueva sociedad naciente. Todas sus enormes energías tienden a formar al «hombre industrial», un hombre preparado para sobrevivir en un sistema que morirá antes que él. Para contribuir a evitar el «shock» del futuro debemos crear un sistema de educación superindustrial. Y para conseguirlo, debemos buscar nuestros objetivos y métodos en el futuro, no en el pasado. ¿Será?