El Distrito Federal ha entrado en la cuenta atrás. Su desaparición es cuestión de días. Ahora, el futuro se llama Ciudad de México.
La fórmula administrativa que regía la megalópolis va a ser sustituida por un diseño legislativo equiparable al del resto de Estados mexicanos. La nueva entidad, bajo el nombre de Ciudad de México, tendrá Constitución propia y será encabezada por un gobernador.
Aunque la fecha exacta de su nacimiento dependerá de la publicación de la ley en el Diario Oficial de la Federación, hoy se celebra un acto cuyo simbolismo no escapa a nadie y que se ha convertido en parteaguas del proceso: la declaración de constitucionalidad de la reforma. El acto, que se desarrollará en el Congreso de la Unión, da carta de naturaleza al cambio de estatuto político de la capital mexicana y supone el pistoletazo de salida de un acelerado proceso de transformación.
Una vez aprobada por la Cámara, ley será enviada al presidente de la República para su publicación oficial. En ese momento, que puede tardar hasta 40 días (aunque se espera que sea más breve), quedará enterrada para siempre la denominación de Distrito Federal. Habrá nacido la Ciudad de México. Luego, en menos de 15 días, el Instituto Nacional Electoral emitirá la convocatoria para la elección de los diputados constituyentes. Los comicios se celebrarán el 5 de junio y la Asamblea tendrá que formarse el 15 de septiembre. 60 diputados serán de elección directa y otros 40 de designación: 28 por el Congreso, 6 por el Ejecutivo federal y otros 6 por el actual jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera. Su misión será aprobar la Constitución Política de la Ciudad de México antes del 1 de febrero de 2017. Luego se disolverá está Cámara extraordinaria.
La reforma supone la culminación de un largo proceso. Durante décadas, la capital funcionó como un apéndice del poder presidencial y no fue hasta 1997 que pudo elegir su propio jefe de Gobierno. Pese a ello, la transferencia de poder fue muy limitada y generó un continuo tira y afloja con el poder central.
Ahora, con el nuevo diseño, la entidad vuelve a dar un paso de gigante en su autonomía. El jefe de Gobierno se transformará en un gobernador más, y derechos como el aborto y el matrimonio homosexual quedarán blindados en la nueva Constitución. Aún así subsistirán limitaciones históricas. La Ciudad de México no podrá elegir su techo de endeudamiento ni al jefe de policía, y tampoco asumirá las competencias en salud y educación. Eso quedará para una futura reforma.
Fuente: El País