La elección presidencial de los Estados Unidos se decidió el sábado anterior. Donald Trump ganará los comicios de noviembre mientras sus seguidores y sus publicistas, de aquí a esa fecha, exhiban –una y otra vez–, su rostro manchado de sangre, el puño derecho al aire con la orgullosa bandera de las barras y las estrellas, detrás suyo, mientras el grito –eso no se ve en la foto– conmina a sus seguidores a continuar la lucha.
Una imagen icónica para el futuro, casi como el conjunto escultórico de Iwo Jima, en el cementerio de Arlington, el cual –como todos sabemos– fue concebido como un homenaje a los marinos americanos, a partir de una fotografía tomada por Joe Rosenthal, fotógrafo de The Asssociated Press, durante el izamiento de la bandera en el monte Suribachi, en la guerra del Pacífico.
Trump seguirá respaldando la Segunda Enmienda, como una garantía del armamentismo doméstico americano. No actuará contra su tradición violenta (fundamento de la cultura americana), ni siquiera por haber sido víctima (superficial) de un arma de fuego. A fin de cuentas, en el pensamiento simple de los estadunidenses, el frustrado e inepto aprendiz de asesino, Thomas Matthew Crooks, ya recibió su merecido. Lo mataron en el lugar de los hechos, lo cual confirma un axioma político: los muertos no hablan.
Precisamente la AP; la mejor agencia de noticias del mundo, distribuyó esta lista de las víctimas presidenciales: Lincoln, Garfierld, Mc Kinley y Kennedy. Y agregó a quienes sufrieron intentos, como Reagan, Roosevelt, Truman, Ford y Bush.
Lincoln fue el primer presidente asesinado. John Wilkes Booth le disparó dentro del teatro Ford, en Washington, el 14 de abril de 1865. Booth fue muerto a tiros el 26 de abril de 1865.
James Garfield fue el segundo asesinado, seis meses después de tomar posesión el 2 de julio de 1881 por Charles Guiteau en una estación de tren en Washington. Iba a Nueva Inglaterra.
William McKinley fue baleado tras pronunciar un discurso en Buffalo, Nueva York, el 6 de septiembre de 1901. Leon F. Czolgosz, le disparó dos veces en el pecho a quemarropa durante una salutación.
John Kennedy fue baleado por un hombre armado con un rifle de alto poder mientras visitaba Dallas en noviembre de 1963 junto con la primera dama Jacqueline Kennedy. Los disparos sonaron mientras la caravana del presidente atravesaba la Plaza Dealey, en el centro de Dallas.
Kennedy fue trasladado de urgencia al Parkland Memorial Hospital, donde murió poco después.
Su sucesor, Gerald Ford sufrió dos intentos de asesinato en un lapso de pocas semanas en 1975 y no resultó herido en ninguno de los dos.
En el primer intento, Ford se dirigía a una reunión con el gobernador de California en Sacramento cuando Lynette “Squeaky” Fromme, discípula de Charles Manson, se abrió paso entre una multitud en la calle, sacó una pistola semiautomática y apuntó a Ford. El arma no se disparó.
Diecisiete días después, otra mujer, Sara Jane Moore, encaró a Ford a la salida de un hotel de San Francisco. Moore hizo un disparo y falló.
Ronald Reagan salía de un discurso en Washington D.C. y se dirigía a su caravana cuando fue tiroteado por John Hinckley Jr., oculto entre la multitud. Reagan se recuperó del ataque de marzo de 1981.
George Bush asistía a un mitin en Tiflis en 2005 con el presidente georgiano Mijail Saakashvili cuando le lanzaron una granada de mano. La granada no explotó.
George Wallace Wallace aspiraba a la candidatura presidencial demócrata cuando recibió un disparo durante un desfile de campaña en Maryland en 1972. El atentado lo paralizó de la cintura para abajo.
Breves rasgos para una horrible tradición de la violencia americana.
Como dice el gran escritor Paul Auster, cuya abuela asesinó a tiros a su abuelo: “Un país bañado en sangre”.
Como este, pues…Moctezuma, Cuauhtémoc, Carranza, Madero, Villa, Zapata, Iturbide, Guerrero, etc, etc…
Rafael Cardona