Por: Francisco Martín Moreno
En realidad fue asombroso constatar el nacimiento del nuevo PRI, el de la esperanza, el de la reconciliación, el que finalmente daría un ejemplo de auténtica democracia a la nación. En el seno del tricolor jamás habían existido elecciones internas y democráticas para elegir a sus dirigentes tal y como debe acontecer en la inmensa mayoría de los partidos políticos libres e independientes en el mundo entero. Nunca, jamás en la historia política de México, había yo presenciado un debate entre los candidatos a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRI. Para incrementar mi asombro, al ingresar al auditorio “Plutarco Elías Calles”, en donde se celebraría el primer debate entre los 3 aspirantes finalistas a ocupar dicho cargo, de pronto me encontré, en medio de un local verdaderamente atestado por priistas provenientes de todo el país, además de la prensa que había sido convocada al evento, misma que se hallaba ubicada al lado derecho de la tribuna con todas sus cámaras y reflectores. Sólo faltaba Duarte de Veracruz, cuya presencia hubiera significado una espantosa falta de ortografía política en el contexto de este novedoso escenario. Yo estaba absolutamente convencido de que el PRI jamás cambiaría y que sus respectivos directivos continuarían siendo nombrados por el jefe del Estado mexicano, en lugar de respetar la voluntad de los militantes de ese instituto político que había gobernado a México para bien o para mal durante 70 años.
Tan pronto ingresaron los 3 candidatos a dicho escenario, uno de ellos mujer, por aquello de la igualdad de género, la audiencia en pleno se puso de pie al unísono recibiéndolos con una estruendosa ovación. No podía dar crédito a lo que me decían mis ojos, como tampoco podrían creerlo ni Obregón ni Calles, los integrantes de una diarquía autoritaria y asesina, ni mucho menos Cárdenas, el padre de la Dictadura Perfecta. Yo también, debo confesarlo, empecé a aplaudir rabiosamente al poder ser testigo de este inimaginable suceso histórico. De pronto recordé como el PRI había resuelto en ocasiones sus diferencias como cuando sospechosamente murió Carlos Madrazo, presidente de ese partido, en un trágico accidente aéreo. Tampoco pude olvidar como, entre un mero ajuste de cuentas entre militantes, resultó asesinado Luis Donaldo Colosio. Sí, sólo que esos terribles acontecimientos ya pertenecían al pasado y ahora vivíamos una nueva instancia política que me producía un optimismo ciertamente justificable.
Cuando le dieron la palabra a Manlio Fabio Beltrones pude comprobar que, sin duda, es de los pocos políticos sobrevivientes en este país. ¿Se habrán muerto todos de repente? Su experiencia en la Secretaría de Gobernación, la que adquirió como gobernador de Sonora y la que amasó durante sus largos años como legislador federal, hacían de él un puño invencible. Lo vi utilizar un argumento tras otro de la misma manera en que un mago extrae conejos de la chistera. Ninguno de los otros dos aspirantes podía competir con él en materia de conocimientos ni en el desempeño magnético ante el público. Manlio tenía carisma.
Por supuesto que descartaron ya todo aquello de “político pobre, pobre político.” Ésas actitudes delictivas y cínicas habían pasado ya a la historia. De aquí en adelante todos los priístas que aspiraran a puestos de elección popular tendrían que presentar sus declaraciones patrimoniales, así como sus declaraciones fiscales primero ante el PRI. Adiós a la tradicional impunidad prísta. Bienvenida la transparencia y el respeto a la ley y para comenzar se convocaría al gobernador Duarte para que explicara el asesinato de 14 periodistas en su Estado. De nueva cuenta todos los priístas se pusieron de pie y saludaron el acuerdo con una interminable ovación.
Discutieron respecto a la absurda reforma fiscal, abordaron el tema del IVA generalizado, se habló de legalizar la mariguana, de la importancia de aterrizar sin tardanza las reformas estructurales porque si hoy fuera el 2018 el PRI perdería las elecciones presidenciales, de modo que tendrían que apurar el paso para mantenerse en Los Pinos.
Dormido me movía inquieto de un lado al otro de la cama cuando de pronto desperté y alargué la mano para tomar mi tableta con la idea de leer las 8 columnas de los diarios del país: «Manlio Fabio Beltrones fue declarado presidente electo del PRI por la Comisión Nacional de Procesos Internos de este partido, apenas horas después de presentar ayer lunes 17 de agosto su registro como candidato único a la dirigencia nacional del instituto político. ¿Qué…?
Todo había sido un sueño. Manlio no había sido electo por la mayoría de los militantes del partido. Toda aquella parafernalia había sido una alucinación nocturna mía. ¿Realidad? Un día antes Fabio se inscribió como candidato, al día siguiente dicha comisión, algo así como un organismo calcado de la nomenclatura estalinista, resolvió nombrarlo presidente. Punto. Me quedaba claro: Peña Nieto y Videgaray habían sido los electores los intépretes de la voluntad política de todos los priístas. Continuaba la gran farsa democrática del PRI. Nada había cambiado. El cinismo y el desprecio por la opinión de terceros seguía siendo vigente. La verdad sea dicha, mi sueño fue mucho más gratificante que está patética realidad. Todo seguía igual. Calles nunca moriría…
@fmartinmoreno