FRANCISCO MARTÍN MORENO | Cuentos Políticos
Cuentan que cuando Ernest Hemingway vivía en la Habana, Cuba, visitaba “El Floridita”, un famoso bar donde, según él, preparaban los mejores mojitos del universo. En dicho lugar que por cierto todavía existe, se llevó a cabo una escena histórica protagonizada por el premio Nobel de literatura en 1954.
Cuando el autor de Por Quien Doblan las Campanas bebía un mojito tras otro, de pronto entró un cliente acompañado por un león, el más grande los felinos existentes. Un león, sí, un gigantesco mamífero tal vez extraído de algún zoológico que al entrar al sagrado recinto en donde se despachaban exquisitos brebajes propios de los dioses, simplemente dejaba escapar la superfluidad de su digestión sobre el piso provocando la salida de la clientela no sólo por el justificado pánico a la fiera, sino por los hedores mefíticos que despedía la materia fétida al abandonar el intestino de la bestia. Lo anterior ocurrió en una y otra ocasión sin que ni el dueño ni los borrachines ajenos a las dimensiones del peligro se atrevieran a actuar. Evidentemente que las finanzas de la taberna iban a la baja en tanto que el dueño del animal consumía mojito tras mojito sin pagar ninguna cuenta, en el entendido que al concluir la exquisita ingesta etílica simplemente se retiraba sonriente sin agregar argumento alguno. Su silencio era lacónico.
Harto de esta recurrente situación y ante la inmovilidad de sus compañeros de parranda, Hemingway de pronto se levantó, sacó a empujones al propietario del león hasta arrojarlo a la calle rompiendo prácticamente las puertas batientes del local y, acto seguido, regresó para tomar a la bestia de un collar que rodeaba su gigantesca melena y jalarlo en dirección a la salida, en tanto pronunciaba una serie de palabras melifluas para endulzar los oídos de la criatura selvática. Sobra decir que Hemingway, quien previamente había descubierto que la fiera carecía de dentadura, recibió una escandalosa ovación y jamás volvió a pagar mojito alguno.
¿Qué vinculación tiene la anécdota con Peña? Viene al cuento porque los “maestros” de la sección 22, auténticos defensores de la ignorancia, representan al león, los parroquianos son los habitantes aterrorizados de Oaxaca y el presidente debe ser Hemingway, quien debe ver y saber lo que otros ignoran… Los únicos que actúan en contra de la ley y de las instituciones son dichos delincuentes llamados “maestros”, en tanto la autoridad aparece inmóvil y asustada. Ni Fox ni Calderón se atrevieron a enfrentar a esos rufianes, por lo que si ahora Peña envía a Oaxaca a 45 mil policías federales llamados Hemingways, y encarcela en uso del monopolio de la fuerza pública a 50 delincuentes, los líderes, los dueños de la fiera, un México ávido de justicia se lo agradecerá también escandalosamente.
Cuando Cárdenas largó del país a Calles en 1936 o cuando Salinas decapitó al sindicato de Pemex, los agoreros del futuro con la cabeza cubierta por un turbante tricolor y su bola de cristal empañada, alegaron que advendría un baño de sangre que no se dio, de modo que de la misma manera en que Hemingway sacó al león del bar entre aplausos, Peña recibiría una ovación similar si finalmente se decide a ejercer su autoridad, más aun si ya tiene mayoría en la Cámara de diputados… Si alguien no ejerce el poder otro lo ejercerá…