Investigadores defienden que los animales pueden detectarlos
En la madrugada del 6 de abril de 2009, los vecinos de la ciudad italiana de L’Aquila despertaron prematuramente con una alarma que nadie esperaba, una potente sacudida de magnitud 6,3 que se prolongó durante medio minuto. El terremoto dejó un saldo de 309 muertos, 1.500 heridos y decenas de miles de personas sin hogar. Pero, ¿realmente nadie lo esperaba? Un juez no lo vio así: en octubre de 2012 condenó a seis científicos y a un exfuncionario a seis años de prisión por homicidio involuntario al haber infravalorado el riesgo sísmico en la zona.
Los expertos, pertenecientes a la Comisión de Grandes Riesgos, se habían reunido unos días antes, a raíz de una serie de temblores menores registrados en la región, y habían descartado el riesgo de un gran seísmo. Finalmente un tribunal de apelación absolvió a los acusados en noviembre de 2014, pero muchos interpretaron aquel episodio como un juicio a la Ciencia.
Y no es para menos, dado que no fue un grupo de científicos el que no pudo predecir un seísmo; es la propia ciencia actual la que no puede hacerlo: «La predicción, en el sentido que se entiende popularmente como la capacidad de establecer la ocurrencia de los eventos individualmente y antes de que sea demasiado tarde, en la actualidad no es posible», señala a El Huffington Post la sismóloga María José Jiménez Santos, investigadora del Instituto de Geociencias (IGEO) del CSIC y la Universidad Complutense de Madrid.
La afirmación de Jiménez es representativa del consenso científico actual. Y sin embargo, a menudo las noticias sobre terremotos vienen acompañadas por historias de presuntos vaticinios. En el caso de L’Aquila, la supuesta predicción estuvo a cargo de Giampaolo Giuliani, extécnico de investigación del Laboratorio de Física Gran Sasso. Giuliani empleaba un método que se ha investigado desde la década de 1970, la emisión de gas radón de las rocas antes de un episodio sísmico. Pero la técnica del radón nunca ha demostrado suficiente fiabilidad.
La suposición de que los animales pueden presentir los terremotos es una creencia arraigada desde antiguo en la tradición popular. En su libro When the snakes awake (The MIT Press, 1984), el científico y autor Helmut Tributsch citaba que, dos días antes del seísmo que asoló la localidad griega de Hélice en el año 373 a. C., las serpientes, hurones y gusanos habían abandonado la ciudad. Sin embargo, a falta de pruebas creíbles y de mecanismos que lo expliquen, la ciencia no ha prestado crédito a estos relatos.
A raíz de sus observaciones sobre los sapos, Grant continuó indagando. Pero para proponer una posible anticipación de los terremotos por parte de ciertos animales, es necesario concretar cuáles son los precursores sísmicos involucrados. Así vino en su ayuda el geofísico Friedemann Freund, del Instituto Ames de la NASA y el Instituto SETI. Freund es autor de una explicación a las luces de terremoto, resplandores en el cielo similares a auroras que a veces se observan asociados a los sismos.
Por desgracia, esto no basta: los sismólogos pronosticaban un gran terremoto en Nepal, pero el pronóstico ha servido de poco; de hecho, una semana antes del temblor del pasado 25 de abril, 50 expertos se reunían en Katmandú para discutir sobre prevención. Grant confía en que sus estudios ayuden en el futuro a lograr una predicción más eficaz. «Debería hacerse en conjunción con otras mediciones geofísicas, ya que por el momento no tenemos un animal que sea un bioindicador fiable y reproducible», reflexiona. «Tal vez sea posible algún día».
Fuente: The Huffington Post
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