Con motivo de la aparición de su libro “Feminismo silencioso”, cuyo título en sí mismo encierra una contradicción, porque las letras son –metáforas aparte–, el sonido del pensamiento y nada nos habla tanto como un libro, (decía Quevedo de la lectura, “escucho con mis ojos a los muertos”), se han publicado numerosas páginas en torno de la señora Beatriz Gutiérrez Mueller, quien como todos sabemos es –además–, esposa del presidente Andrés Manuel L. O.
Independientemente de los asuntos meramente familiares, como su futura distancia bajo convenio cuando éste viva en Palenque y ella permanezca en esta ciudad con su hijo Jesús Ernesto, las reflexiones y pocas confidencias sobre su vida en el Palacio Nacional, algunas cosas merecen atención.
Asuntos imposibles si ella no los hubiera divulgado, y me quiero referir por lo pronto a uno cuya naturaleza me pareció siempre superficial: el distintivo (mera cortesía desde mi punto de vista), de Primera Dama.
“…Si vuelvo el tiempo atrás, no sólo por razones legales decidí la ruptura de la tradición de la Primera Dama, tanto en la forma como en el fondo”.
La señora BGM explica cómo llevó esta decisión –entre otras relacionadas con su condición de cónyuge del Ejecutivo–, hasta el plano de la consulta jurídica en el más alto nivel posible: el presidente (entonces) de la SCJN, Arturo Zaldívar (but of course), cuya sabiduría no era necesaria para leer la Constitución y saber cuáles son los cargos y cuáles las responsabilidades reales.
“Incluso, revela que cuando López Obrador tomó protesta como presidente –dice un texto de Proceso–, ella elaboró un cuestionario para tener la certeza de cuáles serían sus nuevas condiciones de vida y el marco legal en el (al) que se podría ajustar. El presidente le sugirió acudir con Arturo Saldívar, entonces presidente de la SCJ, a quien le entregó el cuestionario, que éste le respondió…
“…En él planteaba si era obligatorio ser “Primera Dama”, cuáles serían sus obligaciones en lo privado y en lo público, si tendría que solicitar un presupuesto en caso de que tuviera obligaciones públicas que desempeñar y con qué criterios, lo mismo que para su hijo Jesús Ernesto, y si estaría obligada a hacer públicos sus ingresos profesionales u otros honorarios y si podría estar en un conflicto por solicitar becas o estímulos dentro de su actividad como investigadora en la BUAP.
“Saldívar le respondió en principio que no hay una figura legal de Primera dama (¡qué hallazgo!) y que tampoco habría un conflicto de interés con su trabajo en la BUAP ni en ninguna de sus actividades profesionales”.
Posiblemente por esa cautela la señora desempeñó el cargo honorario en la Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México (ya extinto). Eduardo Villegas, su colaborador, ahora representa a México en Moscú lo cual no tiene la menor importancia, como tampoco la tuvo el efímero organismo.
Pero esas son consideraciones marginales. Lo interesante de la obra, en todo caso, es analizar –bajo la mirada feminista–, el fenómeno de la “transferencia”. La autora lo explica así (op.cit):
“…El fenómeno de la transferencia de la fama, del honor y de la reputación es muy común en la política, en las esferas del poder, en los medios de comunicación, pero no tiene lógica alguna…
“…Se montan todo tipo de elogios, maldiciones, desprestigios, favores, milagros, ocurrencias, enigmas, pecados, vítores, complacencias, aplausos, y un sinfín de energías” fuera de su persona real.
“…En particular, me enfoqué en no entrometerme en el trabajo de mi cónyuge, no beneficiarme de él, poner fin a privilegios conocidos y, en síntesis, manifestarme como ciudadana, igual que el resto”.
Si lo logró o no, eso lo dirá el tiempo.
Rafael Cardona
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