La noticia de la llegada de Tesla a México, concretamente a Nuevo León, fue recibida en Palacio Nacional como “agua de mayo”. Pero el Gobernador Samuel García, con su muy particular e insufrible protagonismo, se adelantó para anunciar la inversión de Elon Musk, dueño de Tesla y de Twitter.
Don Samuel, a quién le importa un rábano la realidad económica de sus gobernados, decidió regalarle a su esposa una flamante camioneta Tesla con motivo del día del amor y la amistad. Con tamaña cursilería, la regia pareja nos daba la primicia de la llegada de Tesla a Nuevo León.
Con lo que no contaba Samuel, era que en Palacio decidieron que así no se podía anunciar la mayor inversión extranjera de este sexenio y dejar fuera de la foto al Presidente.
AMLO necesita, desesperadamente, ser el niño del bautizo, la novia de la boda y el muerto del velorio. No hay autócrata que se respete que no sea así.
No importaba el trabajo de meses de cabildeo para traer esta inversión a México, los nuevos empleos directos e indirectos que se crearían en el país, ni las nuevas inversiones que se requerirían de los fabricantes de autopartes. Si AMLO no tenía la última palabra, Tesla no se instalaría en México. Punto.
Está claro que más de un estado del país se ofreció como destino de tal inversión, y que muchas autoridades locales y federales estaban necesariamente involucradas con el proceso de negociación. Tesla tiene cinco “Gigafabricas”, y quería instalar la sexta en México. ¿Cuántos países en el mundo no querrían competir por un proyecto de inversión de esta magnitud? Pues aquí el Presidente estaba dispuesto a reventar un año de negociaciones si Elon Musk no “cedía” a sus peticiones. ¿Cuáles peticiones?
Cualquier proyecto que se le planteé a AMLO, no importa si se trata de la venta de garnachas a ras de suelo, o una planta de Tesla, tiene primero que pasar sí, o sí, por el Aeropuerto Felipe Ángeles. Pero resulta que allí no hay ni infraestructura, ni mano de obra calificada para sustentar una planta automotriz. No pegó.
Al día siguiente, AMLO propuso que Tesla instalara su planta en el sureste del país, esta idea era aún más descabellada que la anterior, que ya es decir. Tampoco pegó.
Por último, ya con la creatividad a tope, decidió que Nuevo León no era el lugar propicio, pues no había agua suficiente y que, si insistían, no daría los permisos necesarios. Para ese momento Ebrard, desesperado, y a punto de reventar una de sus ajustadísimas guayaberas, fue a explicarle al Presidente que, en una planta como esa, sólo se utilizaría agua tratada. ¡Ups!
Total, que, para cerrar el asunto con un mínimo de decoro, se inventaron una videoconferencia donde AMLO le plantearía a Elon Musk sus “condiciones” y darle su bendición al proyecto. Todo mundo respiró tranquilo y el Jefe Supremo vio colmada su sed de protagonismo.
No deja de ser una ironía, que la mayor inversión pública del sexenio será para una refinería -Dos Bocas- que algún día producirá gasolina, y la mayor inversión privada del sexenio será para producir autos en enorme escala -en poco más de un año- que no usarán gasolina.
Una de dos: O el hombre más rico del mundo no sabe en qué está invirtiendo su dinero -lo que parece poco probable- o AMLO está haciendo una mega inversión -a costa de los contribuyentes- que terminará por convertirse en una ruina. Al tiempo.
¿Merece un país como México, reconocido como un destino privilegiado para inversiones del más alto nivel, estar a merced del capricho de un solo hombre? La democracia, no sólo sirve para votar, posibilita el desarrollo integral de un país.