Juan María Naveja
Los gobernadores que ganaron el pasado 5 de junio deben tener claro que los ciudadanos no tienen mucha paciencia; culpar a los que se fueron tiene fecha de caducidad…
La lección habrá que tomarla de Nuevo León, donde el gobierno del Bronco ha experimentado motines carcelarios, manifestaciones de la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE), que se suponía inexistente en la entidad, y la complacencia de jueces hacia los personajes de la pasada administración.
En síntesis, los primeros días de un gobierno no priista suelen ser terribles: los poderes fácticos, grupos del crimen organizado y los liderazgos añejos se resisten a dejar sus parcelas y canonjías y oponen toda la resistencia posible ante la novatez de los recién electos, sobre todo si provienen de la oposición y más aun si el PRI pierde por primera vez como en Veracruz, Durango, Tamaulipas y Quintana Roo; por más que tres de los próximos gobernadores provienen del tricolor.
Los gobernadores electos que ganaron el pasado 5 de junio han tenido y tendrán tiempo suficiente para construir los equipos que los acompañarán en el arranque de la gestión, lo mismo para planear las estrategias de arranque, los primeros esbozos para el respectivo plan estatal de desarrollo y esa tremenda loza llamada los “primeros 100 días”.
Con esto, los gobernadores entrantes no se podrán decir sorprendidos, desde ya lo saben, de tal suerte que más les vale que pongan especial atención en el tema de la seguridad pública y en los antecedentes de sus colaboradores, porque la crítica será inclemente a la hora de revisar la trayectoria de los funcionarios de primero y segundo nivel.
Deben tener claro que los ciudadanos no tienen mucha paciencia, suponen que el cambio ocurre desde el primer día, esperan que las razones por las que los eligieron tendrán respuesta desde la toma de posesión; culpar a los que se fueron tiene fecha de caducidad.
Una más: deberán considerar que el gobierno federal está en franco deterioro, que poco harán sus funcionarios para solucionar problemas como la falta de recursos, por más que esté endeudado el estado, a la vista está la elección presidencial del 2018 y lo que menos harán será fortalecer gobiernos de partidos diferentes al Partido Revolucionario Institucional y sus aliados; tienen claro que mientras más grande sea el desencanto, mayores posibilidades tendrán de refrendar el poder, sobre todo en estados como Veracruz o Chihuahua, que tienen un padrón importante.
La situación no será menos compleja en Aguascalientes o Chihuahua, donde ya gobernó el PAN; los que se van tienen todo el control y saben que cualquier rendija puede ser la fuente de información que lleve a profundas investigaciones.
Y, por supuesto, lo mismo va a experimentar el PRI en Oaxaca, por más que el gobernador electo tenga por padre a uno de los exgobernadores más conocedores de las entrañas de la entidad.
Es de creer que Hidalgo, Puebla, Tlaxcala, Zacatecas y Sinaloa tendrán un relevo con pocos sobresaltos; el entrante es del mismo partido y en el caso de Sinaloa, Malova nunca dejó sus afinidades priistas, pero tampoco se pueden confiar, las resistencias surgen de donde menos se espera…
Son 12 estados, más o menos 40% del total, de ahí que los primeros días de esos gobiernos son cruciales para la vida del país, para los nuevos gobernadores puede significar la marca de los próximos dos o seis años; por eso, los días previos a la asunción resultan fundamentales. Se acabó la campaña, viene la realidad y en algunos estados como Tamaulipas o Oaxaca pinta para pesadilla.