Colaboración de Francisco Fonseca Notario
Es imprescindible y completamente necesario que la humanidad recuerde su historia, la repase con serenidad y se dé un respiro para no tener que volver a repetirla. Y así ocurre regularmente.
Por ello se dice que no tenemos memoria histórica, que el ser humano olvida fácilmente y, por lo mismo, no recuerda las tragedias que ha provocado y vuelve a caer en el engaño del presente todopoderoso. Y entonces tiene, lamentablemente, que volver a pasar por un camino ya andado.
Hace 71 años, los días 6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos dejó caer sendas bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki que produjeron cientos de miles de muertos, y otras cantidades similares de afectados de por vida con todo tipo de males y enfermedades.
Los reportes de prensa consignaron que, en pocos minutos, más de 150 mil personas inocentes, marcadas por un destino injusto inapelable, desaparecerían pulverizadas por un fuego abrasador, y que 100 mil más perecerían en los siguientes meses víctimas de envenenamiento radiactivo.
Hace 71 años, el orgulloso bombardero B-29 llamado Enola Gay dejó caer su mortífera carga sobre la ciudad mártir de Hiroshima. La bomba fue bautizada como Little Boy. Tres días más tarde, otro B-29, el Bockscar, lanzó una segunda bomba atómica llamada Fat Man sobre Nagasaki. Little Boy y Fat Man han sido las únicas armas nucleares utilizadas contra seres humanos.
Cuando el comandante Paul Tibbets y su copiloto Robert Lewis vieron que al lanzar el artefacto mortífero se había creado un segundo sol enceguecedor, exclamaron incrédulos: -«Dios mío, qué hemos hecho!» Ninguno de los dos, ni tampoco los otros 11 tripulantes tenían idea de la catástrofe devastadora que produciría la bomba que el avión portaba en sus entrañas.
Cuando las torres gemelas de Nueva York vinieron abajo demostrando la vulnerabilidad del territorio norteamericano, apareció un texto atribuido a Gabriel García Márquez y dirigido certeramente al corazón del pueblo estadunidense. Cito a continuación parte de ese documento:
-«¿Cómo se siente ver que el horror estalla en tu patio y no en el living del vecino? ¿Cómo se siente el miedo apretando tu pecho, el pánico que provocan el ruido ensordecedor, las llamas sin control, los edificios que se derrumban, ese terrible olor que se mete hasta el fondo en los pulmones, los ojos de los inocentes que caminan cubiertos de sangre y polvo?»
-«¿Cómo se vive por un día en tu propia casa la incertidumbre de lo que va a pasar? ¿Cómo se sale del estado de shock? En estado de shock caminaban el 6 de agosto de 1945 los sobrevivientes de Hiroshima. En pocos segundos habían muerto 80 mil hombres, mujeres y niños. Otros 250 mil morirían en los años siguientes a causa de las radiaciones?»
-«¿Cuánta gente murió quemada, mutilada, acribillada, aplastada, desangrada en lugares tan exóticos y lejanos como Vietnam, Irak, Irán, Afganistán, Libia, Angola, Somalia, Congo, Nicaragua, Dominicana, Camboya, Yugoslavia, Sudán, y una lista interminable? En todos esos lugares los proyectiles habían sido producidos en fábricas de tu país, y eran apuntados por tus muchachos, por gente pagada por tu Departamento de Estado, y sólo para que tú pudieras seguir gozando de la forma de vida americana. Hace casi un siglo que tu país está en guerra con todo el mundo?». Fin de la cita.
71 años después de aquel horror, el presidente de los Estados Unidos Barack Obama llegó a Japón, concretamente a la localidad de Ise Shima para participar en la 42 versión del Grupo de los Siete (G7), los días 26 y 27 de mayo.
El G7 reúne a los siete países más industrializados del planeta: Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá y Japón. Y aunque el mundo ha cambiado mucho desde que se propuso en 1973, y se reunieron los siete por primera vez en San Juan, Puerto Rico en 1977, siguen siendo los países desarrollados y sobre todo, siguen representando lo que en esencia siempre han sido, un grupo hegemónico de poderío global, con una gran influencia en lo político y en lo militar.
El pasado abril el alcalde de Nagasaki, Tomihisa Taue, invitó a Obama a visitar las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, ambas escenario de los ataques atómicos estadounidenses en 1945. «Es importante que este líder visite las ciudades que sufrieron bombardeos atómicos» declaró.
Durante su viaje, y después de la reunión del G7, Obama llegó a la ciudad de Hiroshima, convirtiéndose de esta manera en el primer mandatario estadounidense en visitar esa ciudad tristemente conocida por aquel 6 de agosto de 1945. Durante su estancia, Obama hizo un llamado a que ocurra el fin de las armas nucleares y ofreció respeto a las víctimas.
Este viaje también fue una oportunidad para honrar a aquellos que perdieron la vida durante la Segunda Guerra Mundial. En su último año como presidente, Obama busca dejar su huella en el mundo y esta visita es prueba de ello.
En Japón muchos esperaban una disculpa del mandatario estadounidense. Sin embargo, su visita fue protocolar, con un mensaje cargado de intenciones de paz y de reconciliación. El Presidente llegó a saludar a varias personas sobrevivientes de la tragedia incluyendo a Sunao Tsuboi y a Shigeaki Mori. según lo reportó el Washington Post.
El propio Obama anunció en una entrevista concedida a la televisión pública NHK que no pediría disculpas durante su histórica visita, porque consideraba «importante reconocer que en plena guerra los dirigentes deben tomar todo tipo de decisiones».
«Compete a los historiadores plantear preguntas y examinarlas, pero sé bien, por llevar siete años y medio en mi cargo, que todo dirigente adopta decisiones muy difíciles, sobre todo en tiempo de guerra», detalló el presidente estadounidense.
Unos 70 destacados académicos y activistas, entre ellos el lingüista Noam Chomsky y el cineasta Oliver Stone, dirigieron a Obama una carta para solicitar que «cambie su decisión de no pedir disculpas» por los bombardeos atómicos o «discutir sobre la historia».
A 71 años, el Museo de la Paz de Hiroshima ofrece a sus visitantes la exhibición de una película que registra -para que no se olvide- los momentos más impactantes de aquel día. Se dice que el silencio de los espectadores es tan sobrecogedor como aquel grito desesperado del comandante del Enola Gay al observar en su maligna grandiosidad el hongo atómico. ¡Dios mío, qué hemos hecho, qué hemos hecho!
Por cierto, la madre del comandante del bombardero se llamaba Enola Gay Tibbets.