Colaboración de Francisco Fonseca N.
He sentido los afanes de la lectura durante toda mi vida. Me deleité de niño con las aventuras de Sandokan por los mares asiáticos y acompañé a los personajes de Julio Verne por el espacio, el mar y el centro de la Tierra. Homero llenó su época con las leyendas más bellas de la antigüedad clásica y entré al mundo novelesco con las increíbles andanzas del Hombre de La Mancha y los apasionantes personajes de Mika Waltari.
Mi abuelita materna leía en voz alta antes de dormir su deslucida y vieja Biblia (que aún conservo) y yo escuchaba atento los pasajes del Antiguo Testamento. De esta forma ubiqué pronto los remotos orígenes del hombre: la media luna de las tierras fértiles, la vocación de Abraham, la certidumbre de Moisés, la sabiduría de Salomón, la belleza de Nefertiti, la belicosidad de Horemheb y los viajes de Sinuhé.
En los mares y costas griegas, imaginé a la conflictiva Helena y al arrogante París; Agamenón, Ayax y Aquiles vivían uncidos a los carros guerreros; Ulises recorría las islas y la amante Penélope tejía y destejía. Después, supe que Alonso Quijano se atolondraba leyendo a Rodrigo Ruy Díaz y a Rolando y a los caballeros andantes. Sus enseñanzas nos hacen tomar actitudes quijotescas y volvemos a despertar en el sueño de la vida de Calderón de la Barca. Así, leyendo, desemboqué en el siglo 19 viajando por el fondo del mar en el Nautilus.
Al término de la Segunda Guerra Mundial empezaron a circular unas novelitas llamadas “bazucas”, que contenían historietas de los soldados alemanes, ingleses y norteamericanos que nos asombraban o nos hacían enternecer con las descripciones de su lejana vida familiar. De improviso, en la década de 1950, apareció una novela con otro tema y otro tiempo: Sinuhé el egipcio, que iniciaría una nueva etapa en mi vida.
Mientras mis estudios de primaria y secundaria conformaban mi educación básica, los libros leídos y escuchados, llenaban mi espíritu con los conocimientos esenciales de la cultura humana. Así aprendí lo que es el hombre, cuáles han sido sus anhelos en su peregrinar histórico y a dónde han llegado sus alcances y actitudes positivas.
Los estudios universitarios y el ejercicio del trabajo siguieron contemplando los libros sobre la ciencia política y sociología, la historia y la investigación, estudios sobre las relaciones internacionales, el apasionante mundo de la comunicación y las ciencias de la educación. Los autores y los títulos son muchos, ocuparían el resto de este espacio, y éste no debe ser para relacionar fichas bibliográficas.
Leer es un deleite. Leer es aprender, saber, conocer, ver. Pero también, hay que aprender a leer lo que nos cultive y nos deje satisfacción. En esta época en que se producen miles de millones de datos de comunicación anualmente, gran parte de ellos son literatura barata, sin más proyección que hacer dinero para el bolsillo de los editores. Hay miles de libros a la venta que en lugar de formar un carácter y forjar un temperamento, deforman. No solo no forman, sino que deforman. No solo no enseñan, sino que manipulan. Es necesario saber escoger el material de la lectura y asimilarlo. Cuanto más temprano y de forma más atrayente se realice un aprendizaje, más profundamente arraigará en nosotros.
¿Qué si es importante leer? Por supuesto. La lectura y los viajes son las únicas actividades humanas que podremos disfrutar toda la vida.