Ellos llegaron primero que todos y no se darán por vencidos tan fácilmente. Una pequeña comunidad indígena del desierto de Sonora ha abierto un nuevo frente contra el muro que Donald Trump quiere construir en la frontera entre Estados Unidos y México. La historia de los tohono o’odham se cuenta a través de una línea tan real como imaginaria que ha dividido a su tribu en dos partes. Casi todos sus 30.000 miembros vive en Arizona, pero sus familiares y la mayoría de sus lugares sagrados están en el lado mexicano. La nueva valla daría el tiro de gracia a un pueblo que no ha entendido de límites territoriales desde que fue separado arbitrariamente hace 160 años y la lucha por preservar sus tierras está por llevarlos hasta las puertas de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. “Si se construye un muro será sobre mi cadáver”, sentencia el vicepresidente tribal Verlon José.
“No existe una palabra para decir muro en nuestra lengua”, afirma Jacob Serapo, un ranchero indígena, en un vídeo que la tribu sacó para dar a conocer su punto de vista. El vasto territorio de la etnia tiene una superficie similar a la del Estado de Connecticut y se extiende a lo largo de 150 kilómetros fronterizos. Del lado mexicano tienen presencia en seis municipios, pero su población no supera unos cuantos miles de personas. La comunidad se fracturó cuando en 1854 México vendió el territorio de la Mesilla a Estados Unidos, que comprende el sur de Arizona y el suroeste de Nuevo México.
Las autoridades tribales mexicanas han presentado una solicitud de mediación ante la Secretaría de Gobernación y la Comisión para el Diálogo con los Pueblos Indígenas. La naturaleza tiene un papel preponderante en la mitología de los tohono o’odham, aunque también están en juego las relaciones trasfronterizas y la propia supervivencia de la tribu porque el tránsito les permite cubrir sus necesidades. “Es un no rotundo al muro porque afectaría a nuestros territorios ancestrales, a la flora y fauna de la región y sería como eliminarnos, sobre todo a los miembros de la tribu en México”, zanja Óscar Velásquez, uno de los gobernadores de los pápagos, el nombre que recibieron de los misioneros españoles.
Velásquez denuncia que no han recibido el apoyo que esperaban del Gobierno mexicano. “Nuestra tribu ha sido muy maltratada, históricamente se nos ha despojado de tierras y de lugares sagrados y ahora no se nos ha prestado atención”, lamenta en entrevista telefónica. El representante tribal recuerda que hace unos años podían transitar libremente, pero desde el 11-S se terminó de tajo ese privilegio para la también conocida como gente del desierto.
La representación del lado estadounidense ha colaborado con las autoridades migratorias para evitar el flujo de inmigrantes y de estupefacientes, y está dispuesta a mantener el control fronterizo, pero sin la barda.
La directora ejecutiva del Congreso Nacional de Indios Americanos, que asesora a la tribu en la disputa, Jacqueline Pata argumenta que existe un limbo legal en torno a si Trump puede construir un muro por decreto en reservas indígenas con el pretexto de reforzar la seguridad nacional. Si el presidente sigue la línea de las órdenes ejecutivas, como lo ha hecho en sus primeros dos meses de mandato, es posible que se tope con los tribunales. La representante indígena cree que el conflicto puede encontrar una solución negociada y descarta que la única salida sea una demanda contra el Gobierno de Estados Unidos.
“Estamos convencidos de que las naciones tribales son Gobiernos soberanos, al igual que las autoridades federales y estatales de Estados Unidos, y creemos que tenemos el derecho a ser escuchados en el proceso de toma de decisiones, tanto sobre nuestra gente como sobre nuestras tierras”, argumenta Pata. La directora señala que su organización aboga por que otras tribus originarias estén conscientes del impacto que las políticas migratorias de Trump tienen en sus comunidades y asegura que otras cinco etnias, ya sea en la frontera con Canadá o México, pueden resultar afectadas.
Velásquez duda cuando se le pregunta sobre su identidad nacional. Sus hermanos son estadounidenses, él nació en México, pero al final son todos tohono y sabe que la unidad es clave si se quiere plantar cara a la Casa Blanca. “Necesitamos un frente común, que una al águila y al cóndor, que abarque a todos los pueblos originarios de América”, reclama.
Fuente: El País