Prince, el genio de Minneapolis ha muerto y ahora nace su leyenda. Él mismo jugó con su muerte como artista a principios de los años 90 en busca de su anhelada libertad creativa. La cosa no era más que una llamada de atención y una estrategia para presionar a su compañía de discos, la todopoderosa por entonces Warner, para que le firmara la carta de libertad.
Mientras estuvo en Warner las tensiones fueron continuas hasta que se hicieron insoportables. Prince se empañaba en lanzar un disco cada pocos meses y siempre variando de estilo. Warner quería controlar su carrera tal y como hacía Epic con Michael Jackson (el otro gran exponente de la música negra de los años 80). Pero Prince se negaba a perder el control sobre su obra. Él componía, cantaba, tocaba y producía sus propios discos. Incluso en la portada del disco Come (1994) aparecían la fecha de nacimiento y muerte de Prince (1959-1993). En una de sus innumerables excentricidades y salidas de tono, se cambió el nombre a un símbolo impronunciable para volver luego a llamarse Prince una vez obtuvo su ansiada libertad. Estaba claro que las reglas de la industria discográfica no iban con Prince.
Prince fue siempre un artista incontrolable, caprichoso y egocéntrico en extremo. Pero es hasta cierto punto comprensible. Haciendo canciones tan geniales como las suyas y habiendo recibido el éxito tan joven es normal que los pies se levanten del suelo y no vuelvan a bajar ya nunca. Ha sido un artista único cuya errática e irregular carrera nos ha dejado discos y canciones memorables. Los ochenta fueron su mejor época. Como dijo David Bowie: “Los ochenta pertenecen a Prince”. Discos como 1999, Purple rain (una obra maestra del rock), Sing O’ the times o Lovesexy (por nombrar algunos) son auténticas joyas intemporales que ya está tardando en escuchar si no los conoces. Prince era provocador y extrovertido en el escenario a la vez que extremadamente tímido fuera de él. Una más de sus múltiples contradicciones. Alternado letras abiertamente sexuales con una peculiar espiritualidad Prince sacudía los cimientos de la América bien pensante de la época Reagan. Sólo Prince era capaz de posar en una ducha en tanga y con un crucifijo en la pared en 1981, cuando Madonna no era nadie todavía.
Prince, nacido en 1959, el mismo año de Michael Jackson y Madonna, formó parte de esa nueva generación de músicos de color que acercaron la música negra al público blanco. Fueron el recambio generacional a Stevie Wonder, Miles Davis, Curtis Mayfield, James Brown, Sly and the Family Stone o George Clinton. A todos ellos veneraba y de todos ellos bebió para crear su particular estilo propio. Puede que Prince fuera el más completo de todos los artistas de color. No inventó el funk (privilegio que le corresponde a George Clinton) pero lo elevó a un nivel de popularidad insospechado. No se movía ni dirigía a su banda en directo tan bien como James Brown, ni tocaba la guitarra tan bien como Jimi Hendrix, pero nadie como él reunía todas esas capacidades en una persona. Además Prince derribó los límites de la música negra y los fundió con el pop. Su música no conocía fronteras y era capaz de saltar de un estilo a otro en segundos. Algo que desconcertaba a buena parte del público, era imposible saber cual sería su próximo paso.
Su empeño de sacar disco cada pocos meses, a veces triples o quíntuples me sobrepasó. Parecía como si fuera incapaz de controlar su torrente creativo o no supiera discernir entre el material que realmente valía la pena y el que no. En algunos de sus últimos lanzamientos se alternaban lo mediocre con lo genial. Prince era un genio en lo musical pero un pésimo gestor de su carrera. Pero los genios son así, imprevisibles e infantiles muchas veces. Sirva como ejemplo su lucha contra youtube que le llevó a demandar a sus propios fans por colgar vídeos de sus canciones. Era como si fuera incapaz de ver que youtube es el mayor escaparate actualmente para cualquier artista y la mejor manera de darse a conocer entre los más jóvenes.
Fuente: Rockthebestmusic