Un día de septiembre durante la madrugada, Víctor Cruz, un geofísico de la Universidad Nacional Autónoma de México, envió un artículo a una revista científica en el que describía el progreso de una red de sensores sísmicos subacuáticos que se implementarán en la costa del Pacífico mexicano.
La red, que se enfoca en un área sísmica activa conocida como la Brecha de Guerrero, rastreará la deformación del suelo marino y los llamados sismos silenciosos con el fin de mitigar el riesgo humano ante los terremotos y tsunamis.
Casi una hora después de que Cruz enviara su artículo, un sismo de magnitud 8,2 sacudió el sur del país: fue el más fuerte sucedido en México en más de un siglo. Dos semanas después, un segundo sismo mató a cientos de personas en Ciudad de México y sus alrededores.
Mientras el país se recupera, uno de los proyectos sismológicos más grandes de América Latina también está sintiendo una sacudida.
“Queremos tener un mejor entendimiento y avanzar más rápido con nuestra investigación”, dijo Josué Tago, un sismólogo que trabaja para construir la red de sensores. “La investigación que hacemos puede ayudar a salvar vidas, y ese es un tipo diferente de motivación”.
A lo largo de la costa occidental de México se encuentran las placas tectónicas de Cocos y Norteamericana; la primera se desliza por debajo de esta última. A eso se le conoce como la zona de subducción y genera periódicamente sismos que liberan energía, la cual se acumula por la fricción entre las placas.
La Brecha de Guerrero, casi pegada a la costa, preocupa particularmente a los científicos por su proximidad con Ciudad de México: aproximadamente 322 kilómetros al sudoeste. Esta nueva red, que depende de datos sísmicos, de presión y GPS, analizará el movimiento de la placa tectónica.
Para hacerlo, los investigadores instalarán sensores y tomarán mediciones preliminares en noviembre. Y durante los siguientes cuatro años, un grupo de más de 50 científicos apostados en Japón y México recabarán datos, crearán modelos computacionales de sismos y tsunamis, y generarán mapas de áreas costeras cerca de la brecha para el siguiente terremoto.
Sin embargo, los dos últimos temblores también han puesto de manifiesto opiniones científicas divergentes sobre en qué partes de México es más probable que surja el siguiente sismo. ¿La zona a lo largo de la costa del estado de Michoacán, que produjo el terremoto de 1985? ¿Algún lugar al sureste de la Brecha de Guerrero? ¿La brecha misma?
Un experto del Servicio Sismológico Nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México señala un cuadro que muestra datos del terremoto de magnitud 8,1 que azotó Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985. Credit Pedro Pardo/Getty Images
Por una parte, un segmento de la Brecha de Guerrero no ha tenido actividad sísmica en más de un siglo, lo que sugiere que una tensión acumulada ahí podría generar un terremoto en el futuro cercano.
Los sismos recientes pueden haber desatado un movimiento tectónico allí, pero los investigadores no saben si se liberó una cantidad significativa de energía. “Tendremos que evaluar en qué medida esos procesos podrían acelerar el movimiento”, dijo Cruz.
Sin embargo, el silencio sísmico de la brecha no es totalmente convincente para todos los científicos. Algunos miran hacia esa extensión de 230 kilómetros y se encogen de hombros, diciendo que ahora parece menos probable que los futuros sismos se produzcan allí, en comparación con otros lugares a lo largo de la costa.
“La gente se agita cuando los sismos ocurren cerca o en una brecha, pero por supuesto que también pueden generarse en cualquier otro lado”, dijo David Jackson, un profesor de Geofísica de la Universidad de California en Los Ángeles, que no participa en la nueva red de México.
“Yo le daría seguimiento a los temblores más que a las brechas”, añadió. Pero “preferiría tener a alguien poniendo instrumentos en la brecha que no poniéndolos en ninguna parte”.
Los investigadores ubican en la extensión de Guerrero de la zona mexicana de subducción el foco del tsunami y el terremoto de magnitud 9 en Tohoku que tomó por sorpresa a los japoneses en 2011, a pesar de la sofisticada red sísmica de ese país.
“Eso nos abrió los ojos”, dijo Vala Hjörleifsdóttir, una experta en Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México en Ciudad de México. “Pensamos que sabemos qué sismos podrían ocurrir aquí. ¿Eso es todo, o hay más?”, señaló.
En México, indicó, no ha habido un tsunami desde 1932.
Al sismo de Tohoku lo precedió un evento de sismo lento, en el que se libera energía durante un periodo de semanas o meses. La Brecha de Guerrero había registrado uno de los eventos de sismo lento más grandes del mundo, lo que intrigó a los sismólogos japoneses.
Los investigadores de la Universidad de Kioto se unieron formalmente a los científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México para estudiar el área en 2013. La red que están comenzando a construir no solo ayudará a detectar sismos, sino que también ofrecerá datos sobre las placas tectónicas y los eventos de sismo lento.
Si México fuera un país más rico, dicen los científicos, podría extenderse una red de detección con sismómetros cubriendo la gran zona de suelo marino entre la fosa oceánica Mesoamericana —donde el borde de la placa de Cocos se sumerge por debajo de la Norteamericana— y la costa.
A diferencia de otros países como Estados Unidos, Japón y Nueva Zelanda, que han usado técnicas geofísicas similares para medir los movimientos de las placas, México depende principalmente de la generosidad de otros para su investigación geofísica a gran escala.
Cerca de seis millones de dólares están dedicados a la red actual, con alrededor de dos millones aportados por México y el resto por la Asociación Japonesa de Investigación en Ciencia y Tecnología para el Desarrollo Sustentable. Algunos instrumentos provistos por Japón se quedarán en México cuando terminen el proyecto.
“Hay tantas prioridades en México que es difícil que un proyecto geofísico sismológico obtenga un financiamiento tan grande”, dijo Cruz en referencia a la nueva red.
Una falta generalizada de fondos, en combinación con el trabajo casi adivinatorio inherente a la sismología, hace que los científicos de México deban escoger cuidadosamente qué ubicaciones monitorear. Debido a los dos sismos recientes, lo recursos han disminuido aún más.
“La naturaleza del problema es que nunca vamos a hacer lo correcto”, dijo Hjörleifsdóttir. “Más o menos esperábamos un gran sismo en Guerrero, pero no es el único lugar”.
La científica compara los esfuerzos de monitoreo del país con los enfocados en un área de la Falla de San Andrés en California, que produjo sismos aproximadamente cada 20 años durante un siglo.
“Para poder estudiar los sismos, ubicaron muy bien sus instrumentos. Una vez que los habían colocado ahí, esperaron y esperaron, y no sucedió sino hasta como 35 años después”, dijo Hjörleifsdóttir.
Los científicos pueden recabar información sobre el movimiento de la tierra que pueda contribuir a estar preparados para un desastre, dijo Cruz, pero no pueden predecir los temblores.
“Aunque ni nosotros, ni nadie más en el mundo, puede saber cuándo ocurrirá un sismo”, dijo, “podemos generar conocimientos que reduzcan el riesgo”.
Fuente: NYTimes