(Epígrafe)
Esta no es una columna periodística, es un ejercicio de la imaginación, una fantasía en el mundo surrealista de una realidad incomprensible.
La vigencia de un régimen como este, hiper-presidencialista o presidencialista en exceso, en cuyo carcaje el arquero furibundo, lleva las saetas de la extinción de todo lo extinguible para gobernar sin obstáculos –ahora y en el siguiente “maximatizado” sexenio–; es decir, un presidencialismo de guadaña y amenaza (lo estamos viendo con la Corte y su presupuesto), obligaría a los ciudadanos inconformes u opositores a una nueva estrategia, más allá de la liza electoral, la contienda de partidos, el encontronazo de candidatos.
Primero, olvidarse electoralmente del Poder Ejecutivo y, segundo, derrumbar el “Plan C” de López Obrador (y su maximato), mediante la conquista del Congreso y el respaldo al Poder Judicial.
Y para debilitar de entrada al próximo presidente, sea quien sea el elegido por el capricho continuista del megacaudillo, hacer el vacío en la elección presidencial. No presentar candidato. Convertir una vez más la elección en el monólogo del oficialismo, como sucedió en 1976.
Y si en aquellos años no existían los actuales compromisos con la globalización democrática fue grave, ahora el desprestigio internacional de un sistema (y un Ejecutivo) cuyo mayor agravio a la pluralidad sería jugar solo, tendría un efecto mucho mayor.
Obviamente la negativa del Partido Acción Nacional de entonces, para presentar un candidato no fue el único motor de la Reforma Política emprendida por López Portillo y desarrollada técnica y políticamente por Jesús Reyes Heroles, pero esa reforma fue, en esencia una respuesta constructiva al fenómeno del “monismo” representativo, en un país donde el carro completo se había desbarrancado en la soledad del carro único.
Ante una situación como aquella, los efectos en el morenismo resultan por ahora inimaginables. O se cierran a la franca dictadura –con los efectos previsibles en el México bronco, más bronco cada vez–, o se abren a un gobierno con presencia de otros grupos, pero presencia real, no simbólica. Los radicales de Morena buscarían repartir culpas y la polarización actual, la división inevitable, se acrecentaría.
Es una carta peligrosa, pero más peligroso sería participar a sabiendas de una derrota y además, perder el Congreso. Si se lograra la mayoría calificada en ambas cámaras, la Cuarta Transformación dejaría de existir hasta como referencia. Simplemente (como lo advirtió hace unos días López Obrador), mantendrían al presidente atado de pies y manos.
Obviamente lo ocurrido en 1976 tuvo otro origen. Fundamentalmente la crisis interna del Partido Acción Nacional, constituido entonces como la única oposición medianamente significativa. Al menos la más ideologizada de las representaciones testimoniales con todo y sus diputados “de partido”.
Los otros partidos, el Popular Socialista y el Auténtico de la Revolución Mexicana, eran simples prebendas para sobornar a pocos viejos militares y nostálgicos burócratas de la “Bola” y a la izquierda domesticada de Vicente Lombardo Toledano, pajarraco de mimético plumaje desde los tiempos de Adolfo Ruiz Cortines.
Las consecuencias inmediatas de la solitaria escalera al poder presidencial, fueron la parálisis opositora y el cesarismo petrolero lopezportillista, pero cerca de 20 años después, el mismo PAN, ausente entonces, llegó a la presidencia de la República durante doce años.
Ya si los mentecatos en el poder –Fox por unos motivos; Calderón por otros, pero de los dos no se hacía uno–, sirvieron para untárselos al queso, eso es otra cosa.
Dice Soledad Loaeza:
“…El régimen presidencial se funda en una lógica de concentración del poder y su autoridad se deriva del principio mayoritario de elección popular.
“Esta fórmula propicia la concentración de las fuerzas políticas, porque, como ocurre en todo régimen presidencial, el partido victorioso en las elecciones no tiene porqué compartir el poder con sus adversarios; el presidente designa a los miembros de su gabinete que normalmente también pertenecen a su mismo partido y son responsables ante jefe del ejecutivo -a diferencia de lo que ocurre en los regímenes parlamentarios donde la norma es la representación proporcional y el gobierno emana del poder legislativo.
“No sólo eso, una vez concluida la elección, el partido cuyo candidato no fue elegido queda relegado a un papel secundario o se concentra en las actividades legislativas y en elecciones locales”.
Y Sartori afirma:
“…decimos democracia para aludir a grandes rasgos a una sociedad libre no oprimida por un poder político disrecional e incontrolable no dominado por una oligarquía cerrada y restringida en la cual los gobernantes “respondan” a los gobernados.
“Hay democracia cuando existe una sociedad abierta en la que la relación entre gobernantes y gobernados, es entendida en el sentido de que el Estado, está al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos están al servicio del estado, en el cual el gobierno existe para el pueblo y no viceversa”.
–¿Qué pasaría?
Pues habría en la historia “un régimen con un poder político discrecional e incontrolable” incapaz de pronunciar la palabra democracia, porque en contra de la frase políticamente correcta de la democracia sin adjetivos, aquí habría un Poder Ejecutivo emanado de una democracia sin contendientes; una bicicleta con una rueda un rostro con un sólo ojo, un bípedo con una sola pierna y una sociedad sin socio.
OAXACA
Trabaja el corresponsal en Oaxaca y envía esta perla zapoteca o mixteca con disfraz de “Chippendale”:
“El 8 de mayo festejaron a las madres que trabajan en el gobierno del estado que encabeza Salomón Jara.
“El Sindicato de burócratas al invitarlas comentó que habría una sorpresa. El secretario de Administración, Antonino Morales Toledo, pagó el festejo.
“Se rifaron dos autos compactos con base en la austeridad de la 4T… pero la sorpresa fue la presentación de un grupo de “estriperses”, cosa que a la mayoría de las presentes no les cayó bien y abandonaron el bosque del Tequio, donde se llevó a cabo esta fiesta sui géneris. Las redes sociales se desataron en contra de Jara.
Rafael Cardona