No importa si cada uno de los muchos miles de asistentes a la marcha fue injuriado hasta la infructuosa necedad presidencial durante toda la semana anterior; tampoco vale nada la diatriba inminente de esta mañana, ni mucho menos los gritos destemplados de un solitario manifestante quien con bocina en mano les grita traidores a la patria a los caminantes de Reforma a la altura del monumento a Cuauhtémoc, traidores a la patria porque la patria no es propiedad del oficialismo ciego, como se pensaba en 1968 y aun antes; así pues, los ciudadanos de la calle, ayer, así haya sido por unas horas en decenas de plazas de todo el país, en los bulevares, y las grande avenidas, se pusieron a disfrutar a sus anchas el privilegio de gritar su desacuerdo, el gusto de decir, no, y el mal gusto de poner una pancarta con el destino ranchero de Palenque y el rostro de nuestro señor presidente, amor con amor pagaban, pues tú me insultas, yo te insulto y si tú puedes yo puedo, y no importó si el sabotaje capitalino les endilgó una falsa contingencia atribuida a la “Came” (¿came, came?, que Claudia no mame, gritaba alguien ), porque lo único real, por encima de contabilidades de uno u otro lado es sencilla: miles y miles de personas, cien, doscientas, doscientas cincuenta mil, ¿cuántas quiere?, salieron a defender, por primera vez en la historia reciente de este país, no un concepto, no a festejar la selección de futbol, ni a la democracia o la libertad en abstracto, sino a una institución cuyo funcionamiento ha resultado altamente satisfactorio, sin tomar en cuenta para su calificación, los mitos fraudulentos de un gobierno opositor desde la silla del poder, con todo y cuanto esa idea tenga de oxímoron, pues eso estamos viendo, el Jefe del Estado y cabeza del gobierno, contra una institución del Estado, no contra poderes extranjeros; o delincuentes formales; narcotraficantes o secuestradores; no, sólo contra quienes tienen la desgracia de pensar distinto, fuera de la Cuarta Transformación cuyo monopolio banquetero, callejero y vociferante ha sido fracturado desde ayer, aunque ya antes haya sufrido los rigores de la inconformidad, cuando las mujeres marcharon enojadas y obtuvieron de respuesta el Zócalo amurallado, pero ahora fue diferente, porque si bien se gritaba tangencialmente contra el gobierno, el coro era más para decir, “el INE no se toca” y “a eso vine, a defender al INE”, pues se trató de un caso extraño, poco frecuente, la defensa de una institución, cuando en la historia de las protestas siempre se quiere la extinción de algo, ya sea un cuerpo policiaco represor (los granaderos, la Montada, etc.); una figura jurídica como aquella de la disolución social o la expulsión de un jefe policiaco, pero en fin, los tiempos cambian y ahora el gobierno ataca al Estado desde la jefatura del Estado, porque el pleito no es nada más contra los cretinos o en favor de los cetrinos, la ira va primero contra el INE y después contra quienes lo conforman y lo hacen funcionar, y ya como consecuencia, contra los ciudadanos cuyo apoyo se expresa de muchas formas, la de ayer, una de ellas, la más visible y estridente, por cierto, pues ya lo dijo ayer José Woldenberg, orador non en el Monumento a la Revolución y su abigarrado entorno, México no se merece la reforma dictada por un sólo hombre, así ese hombre haya desperdiciado cuatro años en rumiar una venganza (absurda e innecesaria), en vez de convocar a foros de concurrencia política, si una reforma fuera en verdad necesaria, pero no lo es, lo único necesario es su capricho, la inquina, el bilioso rencor.
Pero, en fin, si todo esto lo hicieron nada más diez mil personas, según Martí Batres, debemos comprarle un ábaco y repetirle la recomendación ya hecha a Claudia.
Rafael Cardona