El 4 de marzo fue aprehendido junto a Simón González Villarreal y Luis González Villarreal, con 29 kilos de metanfetamina.
Tenía mucho que sobre su cabeza no usaba un sombrero, al igual que a su padre, es una costumbre que siempre tenía cuando vivía en Culiacán.
José pasó 11 años detenido en cinco prisiones diferentes de Malasia, y el 10 de mayo, al fin pudo pisar de nuevo la tierra que lo vio nacer, convivió con su familia, pero sobre todo con mamá, un día muy significativo para ella, el Día de las Madres.
José no logra evitar el llanto cuando ve a su familia, pero lo que lo quiebra es ver a su madre sin piernas, ‘así no la dejé’, lamenta.
“La verdad me dio mucha tristeza al principio por verla en la condición que estaba, porque no la dejamos así, sin piernas, la vimos muy acabada, yo sé que fue por nuestra causa, el dolor que le habíamos hecho pasar; la volví a abrazar, lloramos los dos, mi mamá dijo que estaba bien contenta y que Dios la había escuchado”, comparte.
Con su sombrero y unos huaraches de baqueta puestos, José reconoce que se equivocó, no tiene reparo en decir que cometió errores que lo tuvieron 11 años en prisión, él vio la muerte de cerca en muchas ocasiones, es por eso que no duda en decir que el estar vivo aún, es un nuevo comienzo.
“Quiero superarme, quiero demostrarle a mi hija que todo se puede, quiero enseñarle a mi hija que pues que hay un nuevo inicio, demostrarle que a pesar de la edad que yo tengo puedo empezar de nuevo, quiero apoyarla a ella, y a mis viejos, estar con ella, apoyarlos”.
– ¿Consideras que sí te equivocaste en algunas cosas?
“Como no, todos cometemos errores, quiero aprender de este error, no volver a cometerlos, ser una mejor persona, una mejor persona”.
– ¿Para ti ésta es una oportunidad de hacer bien las cosas?
“Es un milagro, es una oportunidad que Dios nos da y quiero aprovecharlo”.
Una de las cosas que más le pesan a José es no ver crecer a su hija, que la dejó cuando apenas iba a cumplir 4 años de edad, pero sobre todo a su madre, a quien la diabetes le ha deteriorado bastante su salud, él se siente culpable, le lastima verla en silla de ruedas.
Él platica que lo primero que hizo fue abrazar a su familia lo más que pudo, por un momento pensó que era algo que no iba a hacer de nuevo. Llegó a Culiacán a las 18:30 horas, fueron casi 50 horas de viaje entre aeropuerto y aeropuerto, pero para él, el tiempo pasaba muy lento, demasiado lento.
En cuanto llegó comió los frijoles que tanto le gustaban, los que preparaba doña Carmen, su mamá, sus tradicionales tortillas. Definitivamente la comida era algo que él añoraba. Un sobrino le hizo un sushi ‘culichi’ y en la mañana comió el tradicional menudo de la capital sinaloense.
Cuando llegó a su casa vio que algunas cosas habían cambiado, pero no mucho. La familia González Villarreal consta de 12 hermanos, uno falleció, pero el 10 de mayo, todos los restantes estaban en la casa de sus padres para ver a sus hermanos de nuevo, José no se cansó de abrazar a sus seres queridos.
“Estoy contento de poder abrazar a mi hija a mis padres, a mi familia que en las buenas y las malas están con uno, y pues hay muchas personas que sin conocernos, tuvieron el interés de ayudarnos, a ellos también se les agradece”, cuenta.
Comparte que él siempre se mostró optimista, a pesar de que se había equivocado, menciona que sus abogados siempre lo mantuvieron positivo de que saldrían con vida. Cabe mencionar que cuando iniciaron su viaje a Malasia, ellos desconocían la pena por tráfico de drogas.
– ¿Sabían ustedes que la pena por el delito que los detuvieron era la pena de muerte?
“No pues no sabíamos hasta que nos agarraron”.
– ¿Cómo te sentiste cuando te enteraste que esa era la condena?
“Nosotros llegamos allá a Malasia sin saber hablar malayo ni inglés, no había comunicación con los policías que nos agarraron, lo único que nos decían era que que nos iban a hacer así (pasa su dedo índice por su cuello, describiendo que los matarían), yo pensaba que nos iban a matar en ese instante, porque empezaron a acerrojar pistola, yo pensé que les estaban metiendo tiro, y pues dije, aquí nos va a llevar…”.
Añade que dos fiscales desecharon su caso, la pena se mantenía por la vía legal, sin embargo apelaron al perdón del Sultán, mismo que les concedió el perdón.
“Nosotros le pedíamos una segunda oportunidad, queríamos rehacer nuestra vida, queríamos ver por nuestros viejos, gracias a Dios nos lo concedió, con mi hija, y que pues le dije lo que había escuchado, porque yo pregunté primero, cómo era nuestro Sultán, y nos dijeron que era el mejor, el más misericordioso que había en todo Malasia y apelé a esa misericordia y el Sultán accedió, muchísimas gracias a él es que estamos aquí”, subraya.
Cuenta que estuvieron en cinco prisiones en Malasia, en una de ellas José enfermó de tuberculosis, bajó más de 20 kilos de peso, esto por las condiciones en las cuales se encontraba la ciudad de la ciudad, sin embargo con tratamiento, logró salir adelante.
En abril los tres hermanos son convocados por el director de la prisión donde estaban, ahí les informan que saldrán libres en pocos días. José y sus hermanos no daban crédito a ello, cuenta que no reaccionaron enfrente del director, sin embargo al terminar la reunión, los tres hermanos se abrazaron y lloraron de alegría de saber que volverían a Culiacán.
Cuando ya era un hecho su libertad y su regreso a Culiacán, los hermanos pidieron al Embajador de México en Malasia, Carlos Félix Corona, mantuviera en secreto su llegada a casa; sólo les dijeron a sus familiares que una sorpresa llegaría al aeropuerto, ni los más optimistas pensaban que verían a los tres hermanos de nuevo.
“Ya sabíamos que íbamos a llegar el puro día de las madres aquí, pedimos que si nos podían ayudar que fuera como sorpresa, que le dijeran a nuestra madre y a nuestra familia que fuera a recoger un regalo, un presente del embajador, porque pues la verdad así fue”, rememora.
“Fue como una sorpresa para nuestras familias, iban a recibir unos regalos, pero no sabían que éramos nosotros. Mi hermana Alejandrina no se aguantó y se metió a donde recogíamos las maletas, y ahí gritando y llorando de alegría y mi hija y mi familia lloramos un rato”, agrega.
Desde su llegada hasta hoy, José y sus hermanos no han dejado de dar entrevistas, de contar su historia en Malasia, sin embargo, los días pasarán, y se verá su intento de reintegrarse a la sociedad, de cumplir la promesa que le hizo a su hija, de tener un nuevo comienzo.
Fuente: https://www.noroeste.com.mx