Todas las mañanas, de lunes a viernes, María Eugenia Fonseca pasa en el transporte público frente a una escuela a la que le habría encantado enviar a sus dos hijas.
Detrás de los muros de ladrillo rojo y las puertas verdes del Greengates School, una institución académica privada de estilo británico con alto prestigio al norte de la Ciudad de México, está lo que ella considera habría sido la diferencia para un mejor futuro para sus hijas.
“Con dinero, claro que las habría mandado a estudiar a un lugar así”, dijo Fonseca, de 53 años, quien trabaja como empleada de medio tiempo en una pequeña fábrica en el Estado de México y por las tardes realiza servicios de planchado en su casa. “En otra vida será”.
Por ahora, no tiene mucho más tiempo para soñar despierta, tiene que ir a trabajar y para ello debe bajar de la colonia México 68, ubicada en lo alto de ‘su cerrito’ en el municipio de Naucalpan de Juárez, a escasos 4 minutos en auto o 12 a pie del colegio privado de sus sueños, al que varios embajadores y empre-sarios envían a sus hijos todas las mañanas a prepararse para un mundo cada vez más competitivo. Vivir tan cerca de un entorno tan diferente al de ella dejó de incomodarla hace tiempo. Era más duro cuando acompañaba a pie a su hija a una secundaria cerca de su casa, cuyos salones de clase eran de lámina hasta 2003.
“Uno se acostumbra a tener cerca cosas que uno quiere, pero que no le alcanzan”, mencionó con una sonrisa resignada en el rostro. “Para nosotros la vida es así y para ellos es otra y eso no cambia”.
La sentencia de Fonseca parece lapidaria y, sin embargo, los datos y la realidad del país la avalan. México es una de las sociedades más desiguales en la región del mundo en la que más presenta ese problema. La disparidad entre los que más y menos tienen económicamente en el país es abismal y los puentes que solían existir para cerrar esa brecha se han desplomado tras años de bajo crecimiento económico, la escasez de empleos de alto valor agregado y bien remunerados, la falta de acceso a educación de calidad similar y un gasto público que no llena los vacíos en las necesidades materiales de la población.
“Tristemente ya no sorprende ver esas imágenes de riqueza y pobreza a unos metros unas de otras”, señala José Luis de la Cruz, director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico y uno de los mayores especialistas en materia de desigualdad laboral en el país. “Lo que sí impacta es ver cómo la desigualdad se convierte en un círculo cada vez más rígido en México, quien nace en situación de pobreza, lo más probable es que permanezca en ella a lo largo de su vida, la movilidad social parece un mito”.
De acuerdo con estimaciones de organizaciones como Oxfam y algunos investigadores dedicados al tema, como el francés Thomas Piketty, el año pasado las 26 personas más acaudaladas del mundo poseían la misma riqueza que las 3 mil 800 millones más pobres. En México, según estima Oxfam, el 1 por ciento de la población recibe alrededor del 21 por ciento de los ingresos de todo el país.
Además, la riqueza de los mexicanos más ricos del país, incluyendo a Carlos Slim, Germán Larrea, Alberto Baillères y Ricardo Salinas Pliego, asciende a casi el 10 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
Las cifras oficiales muestran que la desigualdad no cede y, por el contrario, hay evidencia de que en algunos rubros particulares el panorama es incluso más gris. El porcentaje de la población con ingreso laboral inferior al costo de la canasta alimentaria a nivel nacional pasará de 34.8 por ciento al cierre del primer trimestre de 2005 a 33.7 por ciento al cierre de 2018, prácticamente sin movimiento. De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en su Evaluación de Política de Desarrollo Social 2018, hay 9.4 millones de mexicanos en situación de pobreza extrema, y entre las carencias sociales con mayores porcentajes en la población se encuentra el acceso a la seguridad social, con 55.8 por ciento, y a la alimentación, con 20.1 por ciento.
Para especialistas como De la Cruz, la desigualdad en México comienza desde el nacimiento y se van sumando factores que actúan como ancla a un estatus socioeconómico que parece casi predeterminado. ¿Naciste en una población rural o en la ciudad? ¿Tus padres tienen estudios superiores o no? Nadie escoge esas variables al nacer y, sin embargo, resultan determinantes.
Por ejemplo, de acuerdo con datos del Inegi y el Colegio de México, solo el 7 por ciento de los estudiantes que vive en comunidades rurales logran un buen aprovechamiento educativo, frente al 28 por ciento observado en las urbes del país. Además, de acuerdo con información de la prueba PISA, un examen estandarizado para evaluar las habilidades académicas de los estudiantes en diferentes países, en México pertenecer al grupo de personas con ingresos más altos hace de 4 a 5 veces más probable obtener buenos resultados en la escuela, que posteriormente se van a traducir en mayores oportunidades de desarrollo.
Aunque la cobertura educativa en México se ha incrementado en los últimos años, la disparidad en materia de desarrollo sigue siendo grave, según apunta el estudio Desigualdades en México 2018 del Colegio de México. En 2015, una persona de ingresos altos tiene 2.6 veces más probabilidades de concluir la educación media superior que una de menores recursos, sin considerar las deficiencias en la calidad de la educación a la que son sujetos. Y una vez en el mercado laboral, la desigualdad que viven los mexicanos se vuelve más grave.
“Probablemente junto la pobreza, la precarización del mercado laboral es el gran pendiente a resolver en el país”, aseveró De la Cruz. “No se trata de que el salario haya perdido valor, sino que acceder a mayores salarios se ha vuelto complicadísimo”.
En los últimos 12 años, de acuerdo con cifras del Inegi, se perdieron alrededor de 5 millones de empleos que pagaban más de 3 salarios mínimos. Esto significa que la brecha entre quienes ganan más y menos se ha ido ampliando en un periodo relativamente corto de tiempo. ¿Pero no los últimos gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto hablaban de una generación récord de empleo?
“Los gobiernos anteriores se referían al empleo registrado en el Instituto Mexicano del Seguro Social, que suma poco más de 20 millones de empleos, y son trabajos formales y con prestaciones”, detalló el especialista del IDIC. “En México, casi la mitad de la población trabaja en la informalidad”. Alrededor de 53 por ciento de los mexicanos laboran en el mercado informal con todo lo que ello significa: carecen de seguridad social, no aportan al erario, generalmente tienen salarios muy bajos y están prácticamente indefensos en caso de algún abuso laboral.
Y las cifras negativas para la desigualdad no terminan ahí: más de 16 millones de mexicanos tienen trabajo, pero no un contrato por escrito, lo que los deja en un estado vulnerable en términos laborales. El número de personas que tienen más de un empleo va en aumento y ya rebasa al 13 por ciento de la población. Menos del 1 por ciento de los mexicanos gana más de 10 salarios mínimos y los jóvenes menores de 35 años, empleados en la formalidad, obtienen en promedio un salario inferior a los 4 mil pesos.
Además, de acuerdo con el Colegio de México, el acceso a empleos de calidad también es diferenciado: 67 por ciento de los funcionarios o directivos en el país tiene acceso a prestaciones laborales amplias como salud, vivienda, maternidad y ahorro para el retiro, mientras que solo 40 por ciento de los trabajadores empleados en el segmento de servicios personales cuenta con alguno de esos beneficios.
“La desigualdad en México parece que sí está tallada en piedra, que solo permite argumentos circulares, porque 2014 no se vislumbra una salida evidente”, aseguró Héctor Villarreal, director del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP). “El diagnóstico es muy malo”.
Villarreal, al igual que otros investigadores, considera que reducir la desigualdad en el país requiere de medidas que incluyen al gasto público y para las cuales ya no hay recursos disponibles. La recaudación de impuestos en México es de apenas 13 por ciento del PIB, 15 por ciento si se contabilizan las aportaciones de seguridad social, insuficiente para implementar políticas públicas que tengan un efecto duradero y sensible para cerrar la brecha entre los más ricos y los más pobres del país.
“Ojo, no digo que programas como los que ha echado a andar este gobierno, como Jóvenes Construyendo el Futuro y otros similares, no tendrán un impacto, es un número muy considerable de personas las que recibirán dinero que antes no tenían”, mencionó. “Lo que digo es que eso no ocurre sin descuidar otros rubros del gasto que eventualmente pudieran haber tenido un impacto igualmente importante para ese fin”.
Luego están las presiones al gasto público a las que se enfrentará la actual administración, que podrían limitar todavía más los programas para la reducción de la desigualdad, particularmente las pensiones, que para este año le costarán al país alrededor de 4 puntos del PIB, más que la recaudación total del Impuesto al Valor Agregado (IVA) prevista para 2019.
“Cuando el presidente mencionaba todavía en campaña que de pronto aparecerían 500 mil millones de pesos, pues desde luego que no es cierto y aun así reducir la desigualdad en México cuesta más que eso”, añadió Villarreal. “Tenemos muchos elementos en contra para que nuestro sistema no sea un buen redistribuidor del gasto y se erradique la desigualdad: recauda poco, gasta mal y la economía crece muy poco”.
En los lugares en los que la desigualdad se siente con más fuerza en el país poco importan las cifras que apuntan al futuro y existen otros elementos que podrían dificultan su combate, como la violencia y la inseguridad pública que no ceden o la migración de retorno, pues se estima que de 2000 a 2010 se triplicó el regreso de mexicanos que trabajaban en Estados Unidos de 266 mil a 824 mil, aunque para 2015 la cifra había descendido 442 mil, según el Colmex. El 20 por ciento de esas personas que volvieron a México lo hicieron a municipios con rezago social medio, alto o muy alto y sus perspectivas de desarrollo son más limitadas.
Hubo un tiempo en el que la propia María Eugenia Fonseca pensó en irse a vivir a Estados Unidos, porque estaba convencida que allá podría tener una mejor vida. Sus hijas eran pequeñas y hacía varios meses que su esposo se había marchado de la casa. Sin embargo, se detuvo y pensó que trabajando duro en México también podría darles a sus hijas una mejor vida, aunque no tuviera para mandarlas a la escuela de lujo ubicada a unos minutos de su casa. Pero no fue así, sus hijas no consiguieron realmente tener más que ella y, según dice, su nieto tampoco tendrá el camino fácil.
“Es como si la historia se repitiera, o como si no hubiera contado nada de lo que yo o mis hijas hicimos”, dijo Fonseca, ya más apurada para llegar al trabajo. “Claro que me gustaría tener más, pero simplemente no se puede”.
Fuente: El Financiero