Donald Trump ha cambiado los umbrales del asombro público y convertido en rutina lo que en cualquier otro gobernante sería el escándalo del año. A nadie sorprende ya que ayer el presidente de Estados Unidos se refiriera en Twitter a su Departamento de “Justicia”, así, entre comillas, cuestionando su integridad; que ataque públicamente a una de las mayores empresas del país (Amazon) y la haga bajar en Bolsa tres días seguidos o que insulte a los periodistas.De Trump llama la atención la intensidad. Y ayer, entre las siete y las 10 de la mañana, disparó a todo: a México, a los inmigrantes, a los demócratas, al FBI, al Departamento de Justicia, al tratado comercial con Canadá y México, a los medios “mentirosos”, en particular a CNN y NBC. Siete tuits con sus mayúsculas y exclamaciones marca de la casa. Luego salió al balcón de la Casa Blanca junto a su esposa, Melania, y alguien disfrazado de conejo para celebrar la fiesta de los huevos de Pascua.
Muchos ataques, incendiarios, repetían otros mensajes de los últimos días contra México, la compañía de Jeff Bezos y la situación de los jóvenes migrantes indocumentados que llegaron a EE UU siendo niños. DACA, el programa que los protegía, “está muerto porque a los demócratas no les importa o no quisieron actuar”, dijo. Y otros tenían nuevos objetivos: “Qué triste que el Departamento de ‘Justicia’ y el FBI vayan tan lentos en dar, o incluso no den, los documentos pedidos por el Congreso. ¡Una vergüenza para nuestro país!”, exclamó, sin concretar a qué se refería. Pero encajaría con la solicitud de unos informes sobre la investigación del caso del servidor privado de correo de Hillary Clinton.
¿Por qué tanta ira de repente? O mejor, ¿para qué? Más que lo que tuitea, de Trump hay que mirar lo que no tuitea, lo que calla. Un hombre tan lenguaraz como él, que no tiene problemas en el cuerpo a cuerpo de los desmentidos, no ha dicho esta boca es mía sobre Stormy Daniels desde que esta dio una entrevista de máxima audiencia relatando su aventura sexual y afirmando que amenazaron su integridad física delante de su hija para que no contara nada del affaire.Entre tuit y tuit, el magnate tampoco ha hecho referencia alguna a Rusia ni a Vladímir Putin, con quien ha expresado admiración y cercanía en más de una ocasión, mientras EE UU ha expulsado a 60 diplomáticos acusados de espionaje. Ni ha tenido a bien comentar la investigación que la Oficina de Ética del Gobierno abrió hace días sobre unos préstamos de 500 millones de dólares al negocio inmobiliario familiar de su yerno, Jared Kushner.
La furia tuitera de Trump no pone el foco en los demonios que le asedian. Ni la inestabilidad de un gabinete que ha convertido los despidos y ceses en rutina, ni una desconexión del Congreso evidente al sacar adelante unos presupuestos que el presidente detesta, ni el elefante en la habitación: la investigación de la trama rusa, la posible connivencia entre su equipo y Moscú para interferir en las elecciones, que sigue su curso.
La inmigración mexicana —en saldo negativo— no es hoy un problema grave para EE UU, pero el discurso antinmigración y la caída de entradas de extranjeros sin papeles es, junto con la buena marcha de la economía, una de las bazas que le funcionan a Trump, que parece haberse puesto ya el mono de trabajo de cara a las elecciones legislativas de noviembre.
Es un tópico reducir al votante trumpista a ese blanco de la América rural, poco formado, muy nacionalista y molesto con la inmigración. A Trump lo llevaron a la Casa Blanca los republicanos, en general, que le apoyaron en un 80%. Pero no es menos cierto que el neoyorquino no pudo ganar en ninguna ciudad de más de un millón de habitantes, que sus mayores triunfos se dieron en aquellos condados donde más del 75% de la población carece de título universitario, sobre todo en el medio oeste, donde estos son la mayoría. Sus índices de popularidad, en el 41% según el promedio de FiveThirtyeight, aunque bajos, están en su nivel más alto en 11 meses.
Fuente: El País