La amplitud y el dinamismo de la familia Trump están a punto de ahogar al Servicio Secreto, el órgano policial federal encargado de la seguridad del presidente y de su entorno. Los hombres de negro que protegen a los Trump han tenido que trabajar tantas horas para velar por todos ellos que según los cálculos de su director, Randolph Alles, el 30 de septiembre se quedarán sin dinero para pagar las horas extra de 1.100 de sus 6.500 agentes, que ganan unos 160.000 dólares anuales.
El magnate Donald Trump ha estado acostumbrado toda su vida a viajar a donde quiere y cuando quiere sin pedir permiso ni echar cuentas, pero el coste de resguardar la vida de un empresario no tiene nada que ver con el de blindar a todo un presidente de EE UU y a sus hijos.
Cada paso de ellos requiere activar un mecanismo que garantice seguridad absoluta. No hay termino medio. «El presidente tiene una gran familia y nuestras responsabilidades están establecidas por ley. No puedo cambiar eso, no tengo flexibilidad para ello», explicó Alles al diario USA Today.
Los pudorosos lamentos de Alles tienen como propósito alertar al Congreso para que apruebe una ampliación presupuestaria que permita pagar las horas extras de todo el personal. El director del servicio necesita que el límite salarial de los agentes suba al menos hasta 187.000 dólares. Y aún así no le daría para liquidar las horas extra acumuladas por 130 agentes veteranos.
Con Trump el Servicio Secreto está protegiendo las 24 horas del día a 42 personas, incluidos 18 miembros de su familia. En total: 11 personas más que con Obama. La familia del presidente supone una carga mayor porque continúa con sus dinámicas de vida empresarial, pero ahora siendo objeto de vigilancia prioritaria para la seguridad nacional. El día a día de los niños de oro del presidente –Ivanka, Donald Jr., Eric y Tiffany– tiene que estar escrupulosamente protegido de cualquier amenaza.
Lo mismo vale, por supuesto, para la seguridad de su esposa Melania y el hijo de ambos, Barron. Ambos han seguido viviendo este año en Nueva York para que el tímido y espigado chiquillo terminase el curso en la ciudad a la que está acostumbrado y donde tiene a sus amigos. Esto supuso desdoblar el coste de protección del matrimonio presidencial, con Trump en la Casa Blanca.
Y por encima de todo, el mayor gasto proviene de los antojos de fin de semana del presidente, que mantiene sus hábitos de multimillonario pero ahora a cuenta del erario público y de los dolores de cabeza contables del señor Alles. Trump gusta de evadirse de su odiado Washington yéndose del viernes al domingo a su club de golf de Bedminster (Nueva Jersey) o –más que a ningún otro lado– a su mansión y club de élite de ricos Mar-a-Lago, en la costa dorada de Florida.
Trump ha agravado un problema que ya existía. El director Allen ha precisado que los apuros de presupuesto del Servicio Secreto vienen de «una decáda atrás».
Fuente: El País