La semana pasada escribí que una lengua no son solamente palabras, sino más bien un código. Por eso, aunque alguien hable un idioma, no puede entender de qué le hablan quienes no son oriundos de una cultura.
Un inmigrante me contó que cuando recién llegó a México, aunque hablaba español, no entendía por qué llamaba a un plomero o a un electricista para que arreglaran algún desperfecto y le decían “voy mañana”. Pero no iban. Cuando les reclamaba respondían: “le dije que iría mañana y todavía no es mañana, ¿o sí?”.
Esto viene a cuento porque aun siendo nativa de este país, hay palabras que nomás no entiendo.
Veo en las imágenes que transmiten las noticias, a personas que toman carreteras y casetas, queman edificios y autos, saquean oficinas y archivos, pero a la hora de leer los “análisis” sobre estos hechos, me dicen que la policía y el Ejército son los violentos y esas personas son las víctimas y que ellos odian la violencia y quieren el diálogo.
Veo y escucho que líderes corruptos son considerados los buenos de la película y los soldados, que son los mexicanos más pobres y amolados, a los que mandan a tratar de poner orden, resultan siempre los malos.
Oigo y veo a los revoltosos quejarse de que no los respetan, pero no veo que ellos respeten a los ciudadanos: nos impiden seguir con nuestras vidas y por si no bastara, nos obligan a dar aportaciones a su causa.
Escucho hablar de democracia y veo que trasquilan a quienes no están de acuerdo con ellos, apalean a ciudadanos que se atreven a romper sus bloqueos, secuestran y hasta asesinan a periodistas que no dan la versión de los hechos que ellos quieren.
Veo y escucho que vamos bien, que las reformas funcionan, que la economía está sólida y que el crimen disminuye, pero en todas partes la violencia y delincuencia son enormes, la falta de gobernabilidad patente, el dólar está cada día más caro y se anuncian recortes en el presupuesto.
Veo que el secretario de Hacienda hace esos recortes en educación y salud y no en el dinero que da a los partidos políticos y las instituciones electorales ni tampoco al nuevo aeropuerto o a la publicidad de los actos de gobierno, aunque me dicen que para el gobierno, las prioridades son el combate a la pobreza, la salud de los ciudadanos y la educación de los niños.
Veo y escucho y me sucede que nos llaman por teléfono para extorsionarnos, que nos asaltan en el transporte público y roban nuestras casas, que edificios enteros están tomados por delincuentes y colonias enteras cerradas al paso incluso de la policía, que cobran derecho de piso a los comerciantes, pero la autoridad capitalina no hace absolutamente nada para enfrentarlo y en cambio me dice que la Ciudad de México es un lugar muy seguro y que aquí no hay la violencia que en otras partes del país.
Me entero de que unos sujetos que secuestraron a una jovencita que caminaba por la calle, la torturaron y violaron durante dos largos años y luego la asesinaron, salieron de la cárcel porque según dicen, no se les hizo el debido proceso. Y claro, todos defendemos el derecho al debido proceso, pero, ¿no defendíamos antes que eso el derecho a la vida?
Veo y constato que nadie respeta la ley, pero el discurso es que la ley está por encima de todo y es obligatoria para todos.
Y entonces me percato de que no entiendo el idioma español, mi lengua. ¿Qué significan palabras como violencia, malos y buenos, represión, vamos bien, la delincuencia disminuye, hay austeridad, la economía está sólida, se respeta la ley?
La verdad es que no sé. Y lo que menos sé es lo que quiere decir la palabra negociación, que todo mundo esgrime y suelta (¡grita!) en cuanto puede. Recuerdo que en México siempre ha tenido un solo y único significado: quiere decir pagar, dar dinero, soltar “el recurso” como se dice hoy en la jerga burocrática. Y tal vez eso quiere seguir diciendo y yo no me había dado cuenta.
Sara Sefchovich, escritora e investigadora en la UNAM.
Fuente: El Universal