La pobreza léxica que existe en Internet ocasiona un enorme daño al idioma español, afirma el poeta Juan Domingo Argüelles (Chetumal, 1958).
Sin embargo, la forma en la que los internautas se comunican no es la única causa de los errores que deterioran nuestro lenguaje, añade, pues tenemos un sistema educativo en México que no está enseñando a las personas a hablar y a escribir.
En entrevista con La Jornada, el también ensayista y editor, explica que los programas de la Secretaría de Educación Pública (SEP), respecto de la enseñanza del español, poco ayudan a resolver el poco interés que las personas tienen por mejorar el idioma, grave problema que empeora.
“México ocupa el último lugar en comprensión de lectura entre 34 naciones que forman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Lo fue en 2009, en 2012 y en 2015, y a la SEP lo que se le ocurrió fue un programa para medir por minutos la lectura, pero lo que necesitamos no es leer más rápido, sino más lento, para comprender lo que estamos leyendo, para integrar a nuestro idioma mucho vocabulario que hoy no utilizamos.
El también autor del libro Pelos en la lengua: Disparatorio esencial de la Real Academia Española, considera que los programas televisivos, sobre todo deportivos y de espectáculos, son las peores malas influencias del idioma español, “porque los locutores tienen los micrófonos al aire, llegan a muchas personas, pero son quienes deforman el lenguaje. Es una aberración de Televisa haber tenido un programa llamado 100 mexicanos dijieron, en el que ni siquiera se entendió que había sarcasmo o ironía en el título. Las personas que lo veían y que nunca acuden a los diccionarios ni tienen preparación, piensan que así se dice: ‘dijieron’. A muchos comentaristas había que regresarlos a la escuela nocturna, pues como está hoy la educación en México, quizá tampoco van a aprender mucho ahí”.
El libro… incluye 500 barbarismos y desbarres que decimos y escribimos en español. Lo hace de manera divertida, para invitar a los jóvenes a indagar sin toparse con arrogancias eruditas. No quise hacer un libro descarnado, con una pequeña definición o algo muy solemne. Quiero que se lea, que sea didáctico, pedagógico, para corregir el idioma, pero de manera entretenida y amena. Que los jóvenes se den cuenta dónde está el error, pero desde la perspectiva de que todos nos podemos equivocar.
Fuente: La Jornada