Cuentos políticos
Colaboración de Francisco Martín Moreno
Yo, en lo personal, me negaba a dar crédito a lo que anunciaban los periódicos, la prensa escrita y, en general, los medios masivos de difusión; nadie podía aceptar la presencia de un acontecimiento inesperado que cimbraba los antiquísimos cimientos de nuestra sociedad; el mundo entero se negaba a admitirlo y nos contemplaba en críptico silencio con el ceño levantado; los mexicanos eternamente expoliados, engañados y estafados creíamos vivir una fantasía, un sueño, desvinculado de la patética realidad padecida hasta ese histórico momento. Una mañana, al final del año de la golondrina, cuando el cierzo invernal congelaba las conciencias, de golpe, todos los políticos mexicanos de cualquier edad y sexo, decidieron al unísono devolver voluntariamente los bienes sustraídos ilícitamente a la nación y procedían a devolver a las arcas del gobierno el patrimonio producto de continuos peculados obtenidos en razón de los cargos públicos desde donde se habían enriquecido inexplicablemente en perjuicio de sus compatriotas. Las fotografías publicadas en los periódicos exhibían enormes colas de funcionarios federales y locales de diferentes niveles de la administración pública, presidentes municipales, integrantes de cabildos y legisladores, además de jueces, magistrados y ministros de la Corte, que devolvían los sobornos obtenidos a través de la enajenación de sus facultades, así como las sustracciones inadmisibles del patrimonio público.
En otro orden de ideas, la ciudadanía avergonzada confesaba la comisión de diversos delitos como la compra de favores y canonjías a cambio de dinero y denunciaban a propios y extraños los montos y los nombres de los empleados públicos receptores de enormes cohechos. ¿Cómo el electorado mexicano y el mundo entero no se iban a mostrar sorprendidos ante semejante viraje ético llamado a alterar para siempre el destino de México? Las cantidades recaudadas eran de tal cuantía que permitían amortizar anticipadamente los escandalosos niveles de la deuda pública. Los bancos extranjeros llamaban, se quejaban de la repentina extracción de sus fondos provenientes de depósitos propiedad de políticos mexicanos. Nada ni nadie podía evitar la repatriación de capitales de proporciones inimaginables. El peso mexicano tan vapuleado se revaluaba mágicamente ante el ingreso voluminoso de dólares, una gigantesca catarata nunca antes vista de divisas. Se creaban empleos por doquier, el bienestar tan diferido finalmente hacia su entrada triunfal, en tanto, el famoso cuerno de la abundancia parecía reventar por las costuras ante tantos capitales que arribaban de los cuatro puntos cardinales. Los inversionistas foráneos escupían sus dólares ante la súbdita revaluación del peso mexicano, la moneda de moda de una solidez inusitada. Comenzaba finalmente la construcción tan esperada del México soñado y prometido, sí, pero jamás alcanzado. Las calles y la autopistas cambiaban el paisaje urbano y el rural. Por doquier se construían puertos y aeropuertos, la población marginada desaparecía gradualmente, en tanto, surgían espontáneamente centros universitarios, cuyos egresados permanecían en los linderos de la patria para enaltecerla y proyectarla hasta el infinito. Los antiguos braceros volvían risueños a México para sumarse a la edificación de un nuevo y promisorio porvenir.
Cuando desperté ahí estaban los mismos políticos podridos desde que la historia era historia, es más hasta habían liberado a Moreira.