Colaboración de Francisco Fonseca
En este mes de febrero conmemoraremos el Día de la Bandera Nacional. Con la bandera de Iguala nació al mundo -el 24 de febrero de 1821- otra nación. Esa fecha feliz se consumía en la hoguera de la historia; habían terminado tres siglos de sumisión colonial.
Quedaron atrás el abandono, la lucha entre hermanos, el desencadenamiento de agravios sociales, los resentimientos étnicos, las injusticias humanas, la desunión social, el difícil y dramático proceso que le dio vida al pueblo mexicano.
La bandera de Iguala -con las modificaciones que exigían los tiempos- nos ha enlazado desde entonces, cuando -hace 195 años- México decidía su destino por los caminos de la independencia y la libertad. “La Nueva España -decía el Plan de Iguala- es independiente de la antigua y de otra potencia”. Desde entonces, la Bandera de Iguala nos ha integrado con lazos afectivos tan fuertes como su dimensión moral. También desde entonces ha sido el símbolo tutelar de nuestras aspiraciones, de nuestros propósitos, de nuestros valores culturales, de nuestra identidad, de la Patria que queremos.
Al ser promulgado el Plan de Iguala, Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide adoptaron como bandera la llamada de las Tres Garantías, cuya confección encargaron al sastre José Magdaleno Ocampo. Tenía tres franjas diagonales, quedando los colores en el siguiente orden: la primera, empezando por la parte superior, era blanca y “simbolizaba la pureza de la religión católica, principio activo de unidad nacional”; la segunda franja era verde y “simbolizaba el ideal de independencia política de México, no solo con relación a España, sino también de toda otra nación”; la tercera era roja y representaba “el ideal de la unión entre los indios, mestizos, criollos y españoles residentes en México y, en general, entre cuantos constituían la población mexicana”. En cada una de las franjas había una estrella, pero no el águila como en los lábaros posteriores. Las estrellas representaban las tres garantías y la voluntad de cumplirlas. Esta bandera fue la que desfiló el 27 de septiembre de 1821 al consumarse la Independencia.
En el dilatado horizonte de la bandera de Iguala desaparecieron las clasificaciones ominosas y ofensivas: los gachupines, los criollos, los mestizos, los indios y los negros tenían que dejar su lugar a los nuevos mexicanos.
El historiador mexicano Enrique Florescano reafirma lo que muchos sentimos y valoramos: el firme anhelo de la población a constituir una nación autónoma, la lealtad a la nación por sobre cualquier otro interés y la voluntad de mantener unida e independiente a la nación.
Ya lo decía: la Bandera de Iguala constituye el testimonio más valioso de nuestra historia actual y es el fiel intérprete de la memoria popular y el hilo conductor que nos une y nos identifica como mexicanos. Las estrellas representaban las tres garantías y la voluntad de cumplirlas.
Es mi deseo, y creo que de todos los compatriotas que, en homenaje al lábaro patrio, los gobernantes de hoy tengan la decisión de cumplir con su deber en fiel respeto a quienes ofrendaron su vida en la Guerra de Independencia.
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