Colaboración de Gabriel Casillas
El año inició con una oleada de alta volatilidad, en donde los mercados accionarios a nivel global registraron pérdidas significativas, las divisas de los países emergentes perdieron terreno de manera considerable con respecto al dólar de EU y los diferenciales de tasas de rendimiento tanto de bonos corporativos a nivel global, como bonos soberanos de países emergentes sufrieron una ampliación importante respecto de las tasas de referencia respectivas (spreads). La semana pasada dediqué este mismo a espacio a describir puntualmente algunos de los sucesos financieros que acabo de mencionar (“¿Se acerca otra crisis global?”, 19 de enero). Asimismo, comente que en mi opinión, el fuerte movimiento que han observado los mercados financieros internacionales no estaba respaldando los fundamentales de la economía global, por lo que considero que no nos encontramos al inicio de una crisis –asociada a contracción de PIB y pérdida de empleos, por ejemplo-, sino a una oleada de alta volatilidad que refleja los acomodos que se llevan a cabo en los mercados financieros globales cuando se termina una crisis profunda y prolongada, como la crisis económico-financiera de 2008-2009. En este sentido, quiero llevar a cabo tres reflexiones al respecto.
(1) ¿Es correcto considerar una caída significativa de los mercados accionarios y una oleada de alta volatilidad como preludio de una crisis? Martin Wolf –editor en jefe del diario Financial Times-, recordaba en una participación que tuvo en el marco del Foro Económico Mundial la semana pasada lo que el Premio Nobel Paul Samuelson decía sobre el comportamiento de los mercados y las crisis: “El mercado accionario ha pronosticado nueve de las últimas cinco recesiones”. En otras palabras, cuando hay una crisis, sin duda los mercados financieros reaccionan ante ella. No obstante lo anterior, no siempre que los mercados financieros registran caídas significativas o muestran un comportamiento muy errático, significa que vendrá una crisis. Actualmente, en mi opinión y la de muchos analistas de mercado y economistas, los fundamentales de las economías no sugieren que estamos en crisis o que estamos a punto de entrar a una. Ni siquiera las preocupaciones por la desaceleración económica de China. De hecho, ya sabemos que la economía chin se está desacelerando, pero no más de lo que se anticipaba. En este sentido, los datos del PIB del cuarto trimestre del año pasado así lo manifestaron y el Fondo Monetario Internacional no modificó su expectativa de crecimiento para 2016 (6.3 por ciento), a pesar de haber revisado recientemente su pronóstico para la economía global a la baja.
(2) Cambios estructurales en la forma en como operan los mercados financieros. A diferencia de la crisis del 2008-2009, nos encontramos en una situación estructuralmente diferente en la forma en como se operan los mercados financieros, particularmente en dos aspectos: (a) Proliferación de los operadores algorítmicos de alta frecuencia. Este término suena muy sofisticado, pero no lo es conceptualmente. Simplemente se refiere a computadoras que pueden comprar o vender activos financieros utilizando algunas reglas generalmente estadísticas (e.g. ), que ya se usaban desde hace varios años, pero que recientemente pueden hacerlo a velocidades extremas; y (b) la regulación se ha tornado muy restrictiva en torno a las operaciones “propias” de los bancos (e.g. La regla de Volcker y la reforma Dodd-Frank), por lo que al disminuir su participación en los mercados, disminuye la liquidez, provocando también que se exacerben los movimientos de los mercados.
(3) El tipo de cambio en México y las crisis. En México, la mayoría de la población asocia depreciación cambiaria con crisis. Dada la historia de crisis recurrentes en los ochenta y noventa, incluyendo la crisis global en 2008-2009, no es difícil pensar que después de una depreciación tan significativa del peso frente al dólar de EU, puede ser preludio de una contracción del PIB y un incremento en la tasa de desempleo. No obstante lo anterior, existen dos aspectos que deseo resaltar: (a) Por un lado, como expresé en el tema (1), en esta ocasión, al igual que en agosto del año pasado, así como otros episodios similares como mayo del 2013, la fuerte oleada de alta volatilidad que observaron los mercados financieros internacionales no se tradujeron en crisis económica; y por otro lado (b) el tipo de cambio en México ha dejado de ser una variable que refleje los fundamentales –ya sean buenos o malos-, de nuestro país. ¿A qué me refiero? A que en el pasado, la fuerte depreciación cambiaria reflejaba aspectos que no estaban bien en nuestra economía. En los ochentas reflejaba que teníamos un problema de alta dependencia del petróleo y un alto grado de duda externa, con bajos niveles de reservas internacionales para hacer frente a los pagos de interés y/o principal de dicha deuda. Hoy, con una deuda gubernamental primordialmente denominada en pesos mexicanos (~70 por ciento vs ~80 por ciento en 1994), un perfil de pagos muy “cómodo” (i.e. con plazo de renegociación promedio de la deuda de más de 5 años vs. 3 meses en 1994) y una diversificación de inversionistas en donde el capital de corto plazo o “golondrino” representa menos de una tercera parte del total en capital en cartera (vs. 100 por ciento en 1994), el régimen de tipo de cambio flexible que tenemos y que la Comisión de Cambios –formada por miembros de la Secretaría de Hacienda y el Banco de México-, cuida celosamente, hace que el tipo de cambio se haya convertido en un verdadero mecanismo que absorbe choques externos y que nosotros los mexicanos no tengamos que absorberlos con contracción de PIB, desempleo o inclusive alta inflación, como en el pasado. Es por ello que es importante clarificar que una depreciación cambiaria no significa necesariamente el preludio de una crisis. A veces, como considero que está ocurriendo, es simple reflejo de una oleada de alta volatilidad en los mercados financieros internacionales.
*El autor es economista en jefe de Grupo Financiero Banorte.
Twitter: @G_Casillas