México vive un aniversario dramático. Hace un año que desaparecieron 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Desde entonces, la indignación no han dejado de crecer. El caso sigue abierto y la desconfianza en las instituciones persiste. Un grupo de escritores, intelectuales y creadores ofrece su visión de la tragedia.
Elena Poniatowska, escritora. “Espero que los jóvenes levanten México, que es ahora un país perdido, con muy pocas oportunidades y con estados como Guerrero en manos del narcotráfico. Pero es también un país que tiene una sociedad civil que va muy por delante de sus partidos. Espero que nos levanten los estudiantes, esos jóvenes que se organizaron a través de las redes sociales para protestar contra la matanza”.
Roger Bartra, antropólogo. «Lo que hubo hace un año fue una trágica confrontación entre el activismo de extrema izquierda de los estudiantes y la extrema putrefacción de las autoridades de Iguala. Yo creo que el resultado de eso es que los estudiantes fueron asesinados. Es una realidad que tarde o temprano hay que aceptar. Fue un asesinato de narcotraficantes apoyados por policías municipales, y eso es lo que los grupos de extrema izquierda no quieren aceptar por razones políticas».
Julián Herbert, escritor. «En otro lugar describí la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa como una fractura de la médula espinal que alguna vez unió al Estado y a la sociedad en México; vivimos en un país políticamente parapléjico.
A la violencia, la corrupción, el auge de la delincuencia organizada, las desapariciones forzadas y el abuso de poder, que continúan, el régimen de Enrique Peña Nieto añadió una completa impericia para lidiar con sus sucesivas crisis, una impericia que linda al mismo tiempo con el humor involuntario y con la inhumanidad. Más que cinismo (que lo hay), el gobierno mexicano nos ha obsequiado doce meses continuos de estulticia, como lo demuestra el resultado de la última reunión entre el presidente y los padres de los jóvenes desaparecidos: en la cumbre de la megalomanía, las autoridades decretaron como un éxito lo que un amplio sector de la sociedad consideramos un insulto a la vida civilizada: el empantanamiento de la investigación.
Hay un sentimiento generalizado de indignación e impaciencia entre amplios sectores de la sociedad. Menos entre la clase política, que ha convertido las sucesivas desgracias nacionales en el negocio de su vida. En mi caso lo que prevalece es la desesperanza: quienes militamos en 1988 y votamos por la democracia en el año 2000 perdimos, en tres lustros, la batalla. No puedo no querer a mi país, pero estoy enseñando a mi hijo a no quererlo para que un día se largue de este cementerio.»
Tatiana Bilbao, arquitecta: «Hoy es un día lluvioso, frío y obscuro. Tengo una amiga que solía decir, el día está como uno… Hoy, definitivamente, no es un aniversario que festejar. Es un día obscuro, todavía el gobierno no se ha responsabilizado por lo que ocurrió hace un año. Quisiera pensar que el horror que nos llegó al enterarnos hace un año de la matanza de 43 estudiantes nos llevará a buscar un mejor país. A exigir como sociedad gobiernos limpios, leales y que trabajen para sus ciudadanos. Me gustaría que un día pudiéramos recordar este hecho como el que marcó el día que nos cansamos de los gobiernos corruptos y sucios que nos han caracterizado por años. Me gustaría pensar que, en el futuro, este día llegue a ser un día en el que al menos podamos festejar que la sociedad asumió su papel: el de exigir lo que queremos ser.»
Abraham Cruzvillegas, artista. «La falta de información, de la mano de la complicidad de los medios locales, ha generado un achatamiento de los hechos, cosa que equivale a cierto grado de complicidad. Necesitamos entender mejor quién es quién en el suceso, sin escatimar la vergonzosa y siniestra violencia de Estado ejercida, sin importar ya qué políticos y de qué partidos puedan estar involucrados.»
Héctor de Mauleón, escritor y periodista. «En la vida mexicana, Iguala marca un antes y un después. No porque el país haya cambiado o haya dejado de ser el mismo, sino porque Iguala nos dejó ver como nunca antes el México que habitamos. Nos abrió los ojos a una realidad que intuíamos, y sin embargo no habíamos mirado. Iguala nos hizo verla con una claridad brutal.
Esa noche en la que desaparecieron 43 estudiantes tuvo el mismo efecto de cuando alguien, en una morgue, quita de golpe la sábana blanca que oculta un cadáver putrefacto: nos arrojó a la cara un cuerpo en completa descomposición, un Estado inmerso en sus propias ruinas, en el que unos estudiantes pueden ser entregados a un grupo criminal… por las propias fuerzas del estado. Iguala nos dejó ver muchos de los males de México: la complicidad oficial con el crimen, la falta de escrúpulos de unos partidos y unos políticos interesados solo en el reparto del botín electoral, los peldaños de una escalera de corrupción que comenzaba en ese municipio pero infestaba todo: los tres niveles de gobierno; el desarrollo de un proceso judicial sesgado, en el que, ahora se sabe, se desestimaron pruebas, y en el que un año más tarde no existe un solo sentenciado; la aparición carroñera de quienes se dedican a medrar con el dolor, y la otra aparición, carroñera también, de quienes se empeñan en negarlo.
Hace un año que se destapó la cloaca, y la inmundicia no deja de salir. Y sin embargo, soy optimista porque gracias a Iguala en México se desató una indignación, una rabia que yo no conocía, y que viene del hartazgo de todo lo que Iguala representa. Esa indignación es por fuerza el inicio de un cambio. De algún modo, ese cambio se lo deberemos a los 43 estudiantes.»
Fuente: El País