Fanáticos y melómanos recuerdan hoy al músico que irradió un espíritu de avanzada en el rock latino de finales de siglo XX
La palabra. Las llagas de las manos en el poema y en la canción. Para nadie era un misterio el gusto de Gustavo Cerati por la oscuridad. Sin embargo, alguna vez, el autor de aquella joya llamada “Corazón delator” del cuarto disco de Soda Stéreo, “Doble vida”, hizo sentir que no tenía idea de qué lo motivaba, que quizás eran las palabras en tanto sonidos, pues es importante que además de vivas, las palabras sean nítidas, claras y sonoras. “Que se entiendan”, dijo. Aquel tema, “Corazón delator”, procedía, sin duda, de la cruenta imaginación y el deliquio orfebre de Edgar Allan Poe, transmutado en líder de una banda que había iniciado revelando en su latino palpitar, ciertos acordes y golpes de The Police; ese corazón provenía de la inclemencia del muro en la penumbra que ostentaba el narrador norteamericano.
El salto es al notorio “11 episodios sinfónicos” que Cerati trabajó en púrpura, alambicado, no solo de la estética Poe, también del sonido en los colores de Tim Burton, del apoteósico gesto en la melancolía y el fulgor de Antonio Carlos Jobim. Pero el inicio del sonido sinfónico en Cerati lo encontramos en su segundo disco solista “Bocanada”, de 1999. En esta placa el músico le dedica una canción a una estampita, un Cristo tornasolado, que tenía consigo, una imagen en 3D: “Verbo carne”, una extraña composición, un poema simbolista de fines de los noventa, “cuento verdades como mentiras / la culpa es de nadie / solo mía”.
Hoy se le recuerda a Gustavo, el pibe de Barracas, porque el “Canción animal” ha cumplido 25 años, y el primero de los discos de Soda, más de 30: 31. Además porque se fue un 4 de setiembre de un paro respiratorio después de haber permanecido cuatro años y medio en coma. Algunos comentarán la eterna travesura de su vida, la entrega absoluta al extravío, a la materialización de esa penumbra de la que apenas mencionamos. Decidió, porque “uno decide tarde”, como dijo alguna vez, que debía ganarle la posta a la vida llegando antes a la muerte. Y así, perplejo, lo alcanzó en tendones de licor y potpurrí de cocaína. A esto sumado el ritmo que la huracanada, además de bella, Chloe Bello, imponía en el cuerpo del artista, en cada gota de sudor, palpitación y gemido tras los quiebres con su amado Gus.
No obstante, hablamos de aquel amante de Costello, Police, Spinetta y Pescado Rabioso, de Beatles y las bandas sinfónicas inglesas, que se convirtió en eso que aquellos eran para su sonido: una influencia. “Es difícil ser consciente del peso que llevamos”, mencionó en una entrevista. “No me anestesio, sin embargo, no tengo idea de qué lugar ocupo en la historia, ni me interesa. Esa respuesta se la dejo a los periodistas. Son ellos quienes hablan de escuelas e influencias”. Acudimos al holocausto musical y a la esfera vibrante de una carrera que estuvo casi siempre despegando, alimentando la leyenda viva del trío bonaerense —que en realidad estuvo integrada, además de Zeta Bossio y Charly Alberti, por Richard Coleman, considerado el cuarto Soda, con el que en realidad nunca grabaron, pero con el que Cerati realizó el disco “Fricción”—.
Si alguna vez se le preguntó, en los últimos años de su vida, por sus inicios, diría cosas como esta: “Va a quedar la cantidad de grupos que salieron en ese momento, el traspaso de la dictadura a la democracia. Hubo un espíritu colectivo. También era divertido tocar todos los días”. Vivió resentido con su primer disco, pero, sin embargo, fue el que permitió a la banda llegar a la gente. “Lo odiaba”, esas fueron sus palabras para las pantallas de un conocido canal de videoclips en pleno estallido noventero. Las discotecas y el feeling con el público marcaron aquellos años de peinados a lo Echo and The Bunnymen —banda a la que idolatraban— .
Luego bajaron en los escalones de la existencia y, con “Nada personal” y “Signos”, enfatizaron la estética postpunk y dark. Posteriormente, vendrían “Doble vida” y el adelantado “Canción animal”, disco que los dispara en Latinoamérica. 250 mil personas en un concierto gratuito en la avenida 9 de julio. Fue la época del gigantismo, “verme a mí mismo tratando de comunicarme con miles de personas tiene algo de lindo y algo de macabro”. La leyenda, a partir de ahí, es conocida.
Fuente: El Comercio