Si alguien se toma la molestia de revisar las funciones legales de la Contraloría del Gobierno de la Ciudad de México, no hallará su recientemente ejercida facultad de allanamiento y confiscación de papeles, ya sean estos folletos, carteles o “afiches” de propaganda en favor o en contra de alguien.
Y es obvio. Se trata de una entidad administrativa cuya función primordial es la revisión del apego legal a las adquisiciones, contratos, relaciones internas y concesiones mercantiles entre el gobierno y particulares, entre otras cosas.
Pero no tiene facultades, al menos no explícitas–, para irrumpir en las oficinas de las alcaldías (no son dependencias del gobierno; son entidades autónomas gobernadas por personas electas democráticamente, tanto como la jefa del GCDMX), únicamente por una jamás aclarada “denuncia ciudadana”. Y hacerlo con decenas de policías.
Hasta el día de hoy no se conoce un ciudadano común y corriente, con acceso a la Contraloría, cuya sola llamada telefónica o mensaje de texto, mueva al “elefante reumático” de la burocracia y lo haga salir de su modorra para encontrar ¡oh!, milagro, un arsenal de propaganda contra la jefa de Gobierno, cuya relación con el señor fiscal administrativo, José de Jesús Serrano Mendoza es (bonita rima), bastante sospechosa.
Como todos sabemos Serrano Mendoza, desde una Barra de Abogados (una de tantas), litigó en favor de las víctimas del derrumbe del Colegio Rébsamen, con su enorme cantidad de niños muertos por el colapso de una obra autorizada por la delegación (o edificada sin su conocimiento, lo cual resulta pan con lo mismo) y logró un acuerdo reparatorio gracias al cual la entonces delegada en Tlalpan, Claudia Sheinbaum salió rechinando de limpia, sin acusaciones penales); el responsable de la obra fue a dar a la cárcel y el abogado maravilla pasó a formar parte del gabinete cuatroteísta en la ciudad de México. Toda una casualidad.
Sin embargo, los muertos no descansan y este abuso de funciones del contralor, ha traído a la luz aquella relación con la actual jefa de Gobierno (desconocida por muchos, pero visible ahora), y a revivir las sospechas de su premio burocrático tras las chicanas prodigiosas. Toda una muestra de los usos y costumbres de la izquierda, llámese perredista (de entonces) o morenista de ahora.
Pero por la otra parte las cosas tampoco marchan mejor.
La alcaldesa Sandra Cuevas, un manojo de líos desde su llegada a la alcaldía Cuauhtémoc, ametrallada a dos fuegos. De una ribera por el clan Padierna-Bejarano, apoyado por la jefa de Gobierno, y del otro lado, por su indiscutible capacidad para construirse problemas con preocupante asiduidad. Y todo porque nació con el estigma de ser hija de la traición. Y ni siquiera la suya, la traición de Ricardo Monreal (eso le adjudican) quien tiene un pleito definitivo contra Claudia Sheinbaum, desde la farsa de encuesta por la cual ella es jefa de Gobierno y él no.
La derrota del ferrocarril morenista en la capital (2021), siempre será explicado por los incompetentes (y las incompetentas), como obra de Monreal, acusación con la cual le reconocen una capacidad de operación mayor a la suya. Si eso fuera cierto, él solito los redujo a la mitad.
Pero en el capítulo más reciente de esta novela, mala, por cierto, la alcaldesa Cuevas cometió un error. Si la propaganda negra exhibida es obra suya ¿a quién se le ocurre guardarla en sus oficinas?
¿No pensaron siquiera esconderla en una bodega lejana, en territorio menos comprometido y expuesta al chisme?
El Contralor le dirá a su socia, la señora Ernestina Godoy, fiscal (no) autónoma de la CDMX, hágame comadre el favor de decirme dónde imprimieron estos folletos, carteles y panfletos. Y si encuentran el taller gráfico (son capaces de haber hecho facturas) les resultará fácil seguir la ruta del dinero.
Y si alguien fue tan imbécil de pagarlo con dinero de la alcaldía, entonces sí habrán cometido un delito.
Como decía el dicho de este país cuando era misógino: juntas, ni difuntas.
Rafael Cardona