Tras la muerte del Papa Francisco, el Vaticano entra en una nueva etapa de transición con la convocatoria al Cónclave 2025, el proceso solemne donde se elegirá al nuevo líder de la Iglesia católica. Este suceso, que ocurre en un momento de reflexión mundial, ha reavivado una interrogante común entre fieles y analistas: ¿quién puede realmente ser elegido Papa?
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Aunque el procedimiento del cónclave está envuelto en rituales milenarios y normas específicas, los requisitos personales para ser pontífice son, en apariencia, notablemente simples. Según el Código de Derecho Canónico, cualquier hombre bautizado, con uso pleno de razón y que pueda ser ordenado obispo, es elegible para ocupar el Trono de San Pedro, incluso si no es sacerdote o cardenal.
No obstante, la tradición pesa más que la teoría. Desde el siglo XV, todos los papas han sido cardenales, debido a su experiencia y conocimiento profundo de los asuntos eclesiásticos. En caso de que se elija a un laico, el proceso exige su ordenación inmediata como obispo antes de asumir formalmente como Papa.
Además de los requisitos canónicos, durante la elección también se valoran aspectos como la edad, salud, dominio de idiomas y perfil ideológico, que ayudan a los cardenales electores a identificar al candidato más adecuado según las necesidades del momento histórico.
El Cónclave, que reunirá exclusivamente a los cardenales menores de 80 años en la Capilla Sixtina, se desarrollará bajo completo aislamiento. Las votaciones se repetirán hasta que uno de los candidatos alcance dos tercios de los votos. Una vez aceptado el cargo, el elegido anunciará su nombre papal y será presentado con el clásico “Habemus Papam” desde el balcón de la Basílica de San Pedro.
En resumen, aunque cualquiera podría soñar con ser Papa en papel, en la práctica, la elección está reservada a una élite experimentada en los asuntos de la Iglesia.