El celebérrimo Germán Arciniegas, cuyos libros sobre historia de Iberoamérica educaron a varias generaciones en nuestros países, coloca como extremos de la “Biografía del Caribe” el descubrimiento de América (sin necesidad o necedad de discutir la palabra descubrimiento) y la construcción del Canal de Panamá.
Ambos acontecimientos tienen un denominador común: el colonialismo.
Si bien la hazaña náutica de Cristóbal Colón no fue sino una necesidad ante la ambición europea de acrecer sus dominios y fuentes de riqueza, el Canal de Panamá fue además una forma de aprovechar un accidente geográfico (el adelgazamiento continental en el istmo centroamericano) para facilitar la navegación, el comercio y la expansión.
Pero el colonialismo fue cediendo su espacio histórico conforme Europa declinaba en su potencia, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial (la OTAN y el Plan Marshall son elementos para probarlo) cuando se colocó el telón de acero y surgió el neocolonialismo. Ni la Francia de Vichy ni Resistencia gaullista, se preocupaban por la Argelia colonial, por ejemplo.
De esas desgracias se alimentó la bipolaridad durante el riesgoso lapso de la “Guerra Fría”; es decir, la división del mundo en dos polos: el capitalismo americano y el comunismo soviético, hasta la caída de la URSS el 25 de diciembre del año 1991.
El fin de la administración colonial territorial estadounidense culminó con la entrega de la “Zona del Canal”, un enclave en el corazón de la República, paradójicamente gracias al canal, su único recurso. La historia de Panamá es la historia del Canal y viceversa. Su auge financiero es otra cosa.
Por eso cuando Donald Trump amenaza con recuperar el control de la zona canalera –con pretextos baladíes y de poca importancia, como el pago de derechos por el uso de las esclusas interoceánicas–, los panameños se alarman en extremo. Y con razón.
En el siglo XX sufrieron una invasión militar y nadie quiso ni pudo impedirlo. Los marines de Bush, a sangre y fuego entraron para capturar a Noriega, un mandril de segunda a quien los mismos estadunidenses habían impulsado a la presidencia.
Pero ni así se revirtió la entrega del Canal a los panameños.
Con ese antecedente, hoy sólo pueden tomar en serio esas amenazas y también agradecen la solidaridad de sus vecinos, porque este asunto debe ser analizado en el contexto de la geopolítica, así como el amago de declarar terroristas a los cárteles mexicanos, con lo cual se expide una carta blanca para la intervención de fuerzas americanas (militares o civiles, como la DEA) como hicieron en el caso del Mayo Zambada y mucho antes del doctor Álvarez Machain.
Y en esos casos tampoco hubo quien lo quisiera o lo pudiera impedir. Todo se nos fue en la queja infecunda.
México ya envió su mensaje al gobierno panameño. Panamá, en cambio, no toma en cuenta los riesgos mexicanos. O al menos no lo reflejan sus medios de comunicación.
Esto dijo “La estrella de Panamá”:
“El presidente José Raúl Mulino agradeció a los mandatarios y los pueblos de la región, en nombre de los panameños, luego de las amenazas que efectuó el pasado fin de semana el presidente electo, Donald Trump, quien planteó que Estados Unidos debía tomar nuevamente el control de la administración del Canal de Panamá.
“Agradezco en nombre de todos los panameños las expresiones solidarias de diferentes mandatarios y exmandatarios”. La presidenta incluida.
“También el mandatario agradeció el apoyo de jefes de organismos Internacionales…”
“…La soberanía e independencia de nuestro país –expresó–, no son negociables. Cada panameño aquí o en cualquier lugar del mundo, lo lleva en su corazón, y es parte de nuestra historia de lucha y una conquista irreversible, podemos pensar diferente en muchos aspectos, pero cuando se trata de nuestro Canal y nuestra soberanía, nos unimos todos bajo una única bandera, la de Panamá…”
No, no habló del himno.
Rafael Cardona
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