En el paquete de lecturas seleccionadas para adoctrinar a los docentes de la nueva escuela mexicana, el insigne Marx Arriaga incluyó el imprescindible compendio de atrocidades llamado “Las venas abiertas de América Latina”, un texto prácticamente obligatorio para quienes aún ahora añoran el diagnóstico vampírico del capitalismo y las empresas transnacionales tan en boga durante los años setenta, época en la cual –por cierto–, nuestro señor presidente gozaba de la vida universitaria y jugaba béisbol en el equipo de la UNAM, mucho antes del aburguesamiento y la derechización de esa casa de estudios.
En ese libro se habla acerca del caballo de Troya de las empresas cuya tecnología novedosa les abre camino para proseguir con el expolio iniciado desde la colonia.
Y si bien nada hay de novedoso en ese análisis de Galeano, ni tampoco en la fervorosa aceptación de sus planteamientos por parte de muchos izquierdistas quienes con su lectura aprendieron a pensar en los horrores de la explotación capitalista, sí llama la atención cómo ahora México, el México de la Cuarta Transformación se rebalsa de alegría y hasta de orgullo nacionalista porque el hombre más rico del mundo voltea sus ojos hacia nuestra tierra para instalar aquí una gigantesca fábrica de automóviles eléctricos, cuyo funcionamiento confirmará nuestra irremediable condición de país taller; patria de maquila y mano de obra abaratada.
Automóviles eléctricos cuya producción quizá empiece a comercializarse cuando se termine la refinería gasolinera de Dos Bocas.
Nosotros no hemos logrado nada con la electricidad, es justo decirlo, excepto aquellas cajitas de madera con un carrete de alambre de cobre con un reóstato, útil para jugar al macho resistente en los desafíos tabernarios.
“Toques, toques, joven”.
Pero este es el texto olvidado de Galeano. Ahora nos dan orgullo los capitalistas y los emigrados y sus cuantiosas remesas nos hinchan de presumidos. Estamos en la olla, la verdad.
“Si se tomaran en cuenta, como una prueba de desnacionalización, las acciones en poder extranjero, aunque sean pocas, y la dependencia tecnológica, que muy rara vez es poca, ¿cuántas fábricas podrían ser consideradas realmente nacionales en América Latina? En México, por ejemplo, es frecuente que los propietarios extranjeros de la tecnología exijan una parte del paquete accionario de las empresas, además de decisivos controles técnicos y administrativos y de la obligación de vender la producción a determinados intermediarios también extranjeros, y de importar la maquinaria y otros bienes desde sus casas matrices, a cambio de los contratos de transmisión de patentes o know-how.
“No sólo en México. Resulta ilustrativo que los países del llamado Grupo Andino (Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú) hayan elaborado un proyecto para un régimen común de tratamiento de los capitales extranjeros en el área, que hace hincapié en el rechazo de los contratos de transferencia de tecnología que contengan condiciones como éstas.
“El proyecto propone a los países que se nieguen a aceptar, además, que las empresas extranjeras dueñas de las patentes fijen los precios de los productos con ellas elaborados o que prohíban su exportación a determinados países.
“América Latina no aplica en su propio beneficio los resultados de la investigación científica, por la sencilla razón de que no tiene ninguna, y en consecuencia se condena a padecer la tecnología de los poderosos, que castiga y desplaza a las materias primas naturales.
“América Latina ha sido hasta ahora incapaz de crear una tecnología propia para sustentar y defender su propio desarrollo. El mero trasplante de la tecnología de los países adelantados no sólo implica la subordinación cultural y, en definitiva, también la subordinación económica, sino que, además, después de cuatro siglos y medio de experiencia en la multiplicación de los oasis de modernismo importado en medio de los desiertos del atraso y de la ignorancia, bien puede afirmarse que tampoco resuelve ninguno de los problemas del subdesarrollo… “
Bienvenido, señor Musk al paraíso feliz del populismo capitalista.
Rafael Cardona