Lo que se espera de los políticos no es que piensen igual sino que dialoguen y se pongan de acuerdo.
Bajar la cortina y cerrarse al diálogo es renunciar a su primera obligación y a su más importante servicio a país, que es justamente construir políticas públicas, soluciones, rutas de acción. Darle viabilidad al presente para hacer posible el futuro, y construirlo juntos.
Para lograrlo hay que hablar con el otro, con los otros. Es fácil, pero también improductivo, declarar abolida la discusión o suprimir la posibilidad de entendimiento. Nadie ha sido elegido para tal fin. No hay candidato ni partido que haya prometido en su campaña acabar con el diálogo político, ni hay electores a la vista que hayan votado por esa vía. Por lo tanto, nadie tiene ese mandato.
Cuando se ve a la política como juego de suma cero se reniega de la oportunidad de construir a partir de coincidencias, porque se impone la visión de todo o nada. A partir de la creencia de que el que cede pierde, deja de apreciarse el resultado final de un bien logrado acuerdo, que es lo que importa a millones de personas que con la mejor buena fe han depositado su confianza en los políticos, en el supuesto de que éstos saben solventar en la paz lo que nadie quiere que desemboque en la batalla.
Los liderazgos tienen la responsabilidad de mantener siempre abiertas las puertas del diálogo, no de cerrarlas, y menos hacerlo de manera unilateral, sin consultar a sus bases ni a sus actores políticos.
Tanto decir No al diálogo como buscar el aniquilamiento del que piensa diferente es negarle a la política sus posibilidades, su misión y sus fines esenciales.
La actitud política que no suma, resta, y empobrece las opciones de hacer frente a lo que nos agobia o de poder aspirar a una mejor calidad de vida.
La negación del debate produce un estancamiento que lleva a su vez al inútil pasmo de atestiguar cómo se agrava lo que nos aqueja: la inseguridad, las dificultades en salud, la inflación, la falta de empleos, y la crisis de energéticos y la baja producción de alimentos en el ámbito internacional.
En este escenario nadie debería recurrir a lo que no conviene nunca: la cancelación del diálogo político.
Es indispensable que todas y todos, pero especialmente nuestros actores políticos, los gobernantes, los legisladores, los dirigentes de toda índole, generen propuestas y soluciones, y que otras y otros los escuchen para que surja el diálogo, y para que mediante la conversación, y si es necesario hasta con la polémica, tan intensa como deba ser, se llegue a un acuerdo.
Esa es la misión y la finalidad de la política, con independencia de si se hace desde el gobierno o desde la oposición. Todos en busca de soluciones valemos y podemos más que cada quien en su rincón, deshojando sus agravios.
Quien decide no hablar con su oponente político o con quien sencillamente piensa de otra forma, no aniquila ni castiga a su adversario sino a la sociedad porque le niega, sin derecho alguno, la posibilidad de un acuerdo que la favorezca. Eso es dividir sin razón y sin beneficio, y contradice el incuestionable principio de que #TodosSomosMéxico. En efecto, todos lo somos.
(*) Secretario de Servicios Generales del Senado y especialista en derechos humanos.
Mauricio Farah
@mfarahg