Tuvimos en México la visita del presidente de Argentina, Alberto Fernández, quien tomó posesión de su cargo el 10 de diciembre de 2019. Fernández fue representado, en su elección, por la Alianza Frente de Todos. Esta alianza es una coalición de grandes sectores políticos de izquierda moderada en la gran nación hermana. Fernández forma parte de los grandes movimientos políticos liderados por Néstor Kirchner y su esposa Cristina, et al.
Fernández acompañó al presidente de México a Iguala, Guerrero, a celebrar el Día de la Bandera Nacional. Ese viaje, y el acompañamiento del presidente sudamericano marcaron la importancia que tiene nuestro lábaro patrio, nuestra bella bandera, la bandera de Iguala.
Con la Bandera de Iguala nació al mundo, el 24 de febrero de 1821, otra Nación. Esa fecha feliz se consumía en la hoguera de la historia; habían terminado tres siglos de sumisión colonial. Quedaron atrás el abandono, la lucha entre hermanos, el desencadenamiento de agravios sociales, los resentimientos étnicos, las injusticias humanas, la desunión social, el difícil y dramático proceso que le dio vida al pueblo mexicano.
Al ser promulgado El Plan de Iguala, Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide adoptaron como bandera la llamada de las Tres Garantías, cuya confección encargaron al sastre José Magdaleno Ocampo. Tenía tres franjas diagonales, quedando los colores en el siguiente orden: la primera, empezando por la parte superior, era blanca y “simbolizaba la pureza de la religión católica, principio activo de unidad nacional”; la segunda franja era verde y “simbolizaba el ideal de independencia política de México, no sólo con relación a España, sino también de toda otra nación”; la tercera era roja y representaba “el ideal de la unión entre los indios, mestizos, criollos y españoles residentes en México y, en general, entre cuantos constituían la población mexicana”. En cada una de las franjas había una estrella, pero no el águila como en los lábaros posteriores. Las estrellas representaban las tres garantías y la voluntad de cumplirlas. Esta bandera fue la que desfiló el 27 de septiembre de 1821 al consumarse la Independencia.
En el dilatado horizonte de la Bandera de Iguala desaparecieron las clasificaciones ominosas y ofensivas: los gachupines, los criollos, los mestizos, los indios y los negros tenían que dejar su lugar a los nuevos mexicanos.
El historiador mexicano Enrique Florescano reafirma lo que muchos sentimos y valoramos: el firme anhelo de la población a constituir una Nación autónoma, la lealtad a la Nación por sobre cualquier otro interés y la voluntad de mantener unida e independiente a la Nación.
Ya lo decía yo: la Bandera de Iguala constituye el testimonio más valioso de nuestra historia actual y es el fiel intérprete de la memoria popular y el hilo conductor que nos une y nos identifica como mexicanos. Las estrellas representaban las tres garantías y la voluntad de cumplirlas.
Nuestra América Latina, tan vapuleada e ignorada, ha tenido voces en defensa de sus libertades. Esas voces latinoamericanas quedaron asimiladas para siempre en la historia de la América nueva: Miguel Hidalgo, Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, José de San Martín, Bernardo O´Higgins, José María Morelos, Vicente Guerrero. Una de ellas, la del prócer y mártir cubano José Martí, expresó vivamente su libertad de pensamiento.
Martí cantó a la libertad en “Madre América”, nombre con el que es conocido el discurso pronunciado en la velada que celebró la Sociedad Literaria Hispanoamericana el 19 de diciembre de 1889 en honor de los delegados a la Conferencia Internacional Americana de Washington. Esa disertación fue una crítica al poder opresor inglés o español, una alabanza a todos los rebeldes y una esperanza en el porvenir.
Martí expresó: “¿Qué sucede de pronto que el mundo se para a oír, a maravillarse, a venerar? Libres se declaran los pueblos todos de América a la vez. Surge Bolívar, con su cohorte de astros. Los volcanes sacudiendo los flancos con estruendo, lo aclaman y publican. Hablándoles a sus indios va el clérigo de México, con la lanza en la boca pasan la corriente desnuda los indios venezolanos. Los rotos de Chile marchan juntos, brazo en brazo con los cholos del Perú. Los negros cantando, los escuadrones de gauchos, los araucanos. Y de pronto se ve a San Martín, allá sobre la nieve, cresta del monte y corona de la revolución, que va, envuelto en su capa de batalla, cruzando los Andes. ¿Adónde va la América entera, y quién la junta y la guía? Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá sola. Esa es la América que todo lo vence, que todo lo conquista, que da su abundancia a nuestro corazón y a nuestra mente la serenidad y altura de sus cumbres”.
Es mi deseo, y creo que de todos los latinoamericanos que los gobernantes de América Latina cumplan con su deber en fiel respeto a quienes ofrendaron sus vidas para librar a sus pueblos del sojuzgamiento extranjero.
Premio Nacional de Periodismo
Fundador de Notimex