Carlos Ferreyra
No acostumbro ver el boxeo; no, desde la desaparición de los boxeadores mexicanos que dieron fama y prestigio en el mundo a este dizque deporte, los recordados Toluco, Ratón, Azteca, tantos que no cabrían en este espacio.
He visto incidentalmente algunos episodios de las peleas del sujeto ese llamado Canelo y por lo presenciado me permito hacerle la siguiente oferta. Única y por esta ocasión antes de que empiecen a desinflarlo:
En el encuentro con Jacobs pude apreciar que hay una forma facilísima de ganar muchos millones de dólares. Al gringo le pagaron creo que 15 melones por mostrar sin ganar, las incapacidades del súper campeón mexicano, el mayor coleccionista de súper autos en América Latina.
En los primeros asaltos miré la confianza del mexicano ante la casi asustada huida permanente del contrincante. Luego, cuando éste se dio cuenta que se trataba de un torneo de cachetadas y no de trompadas, tomó confianza y empezó a danzar y a contra atacar.
Así llegó a los doce rounds con ligera hinchazón en uno de los pómulos, sin mayor daño, pero dejando en duda la capacidad del campeón, principalmente en los episodios finales. Que seguramente debió ganar el yanqui.
Por la cifra que le dieron a este dizque retador, me ofrezco para la siguiente exhibición de incapacidades del arte de Fistiana (no sé quién fue esa señora) y para ello ofrezco los siguientes datos:
Tengo 81 años de vida sana y divertida. Aparte de un intento de colarme a una selección de atletismo en el año de 1954, los deportes que he llevado a cabo han sido tan esporádicos que no pensaría que han influido en mi desarrollo físico.
O sea, soy de poca agilidad –hecho acentuado por la edad—y de escasa fuerza. Ignoro lo relativo a la defensa personal, salvo un poco de judo coreano aprendido en las lejanías como reportero de Unomásuno, allá por su fundación.
No creo haber ganado un pleito y no tengo en la memoria ninguna riña en la que yo haya participado. Una, sí, en primero de secundaria en la que antes de que me preparara para boxear, me rompieron la mandíbula en tres partes. Beneficio y despedida de este deporte.
Para garantizar un espectáculo creíble, que hasta lo que entiendo ninguno de los que usted, don Canelo, ha protagonizado, ha sido confiable, le informo que producto de mis ejercicios bailando cha—cha—cha en los años 50 (al mambo nunca le pude entrar), tengo un movimiento lateral, como los que daba cada momento el Jacobs.
En mi caso, lo garantizo, con elegancia equiparable a los bailes de Resortes flotando mientras cadereaba. Esto último no se me da ni lo quiero practicar porque, dicen, así se empieza y yo me encuentro a gusto en mi heterodoxia.
Quiero aclararle que no pretendo el pago de 17 o 15 millones de dólares. Me bastaría con la tercera parte, esto es cinco millones de dólares con la garantía de que si no llego a los doce rounds al menos podrá correr tras de mi un mínimo de siete asaltos.
Con este mínimo en su aparición pública le aseguro que no sufrirá agobios físicos; en el final de la pelea con Jacobs se veía cansadito, dado al catre, lo que lo obligó a marcar algunos pasos y hacer movimientos gimnásticos para mostrar a quienes notaron su cansancio, que todavía tenía fortaleza física.
Es más: si por exigencias suyas se decidiera, puedo empezar a practicar el clavado para ejecutarlo en el episodio que se acuerde. No tengo objeción inclusive que el respetable, como le dicen los cronistas deportivos, se de cuenta de que están presenciando un tongo, lo que sea que quiera decir eso: tongo.
Le reitero que por la cuarta parte del pago a Jacobs estoy en la mejor disposición de participar en su espectáculo que, a final de cuentas, fraudulento o no, divierte a la gente y muy al estilo actual, divide las opiniones en las redes entre los que quieren verlo muerto a palos, y los que esperan que usted dé la paz eterna a su contrincante.
Hasta ahí no llego. Me limito al clavado cuando usted lo decida.