Como los Oxxo y Seven Eleven vinieron a cerrar la tienda de la esquina, las estéticas desplazaron a la peluquería del barrio. De pronto las cosas están cambiando y vemos una expansiva apertura de barberías y con ello una competencia entre ambas especialidades.
El viejo caramelo tricolor, ese poste giratorio que identifica el local del peluquero y que data de la Edad Media está reapareciendo. Por cierto, en el pasado los peluqueros hacían cirugías y extraían muelas y dientes.
Sí. Pude aprovechar el espacio que generosamente me abre El Economista para hablar de la reforma fiscal en Estados Unidos, de los candidatos a la Presidencia, del cierre preocupante de la economía nacional, de la expansión comercial de China o de los desfiguros de Putin y su Rusia; pero caray, el fin de semana es Navidad, ya en unos días regresaremos a la terca realidad…
Tal vez las nuevas generaciones no lo saben porque no lo vivieron o no se los han platicado, pero la peluquería era el reducto de los caballeros, ahí se arreglaba el mundo, se comía al prójimo, se conocían las novedades del barrio o simplemente se pasaba el rato. Eran verdaderas tertulias, por cierto muy similares a las que ocurrían en los salones de belleza de las mujeres.
Los padres nos llevaban al peluquero, si éramos muy pequeños colocaban un tablón encima del sillón para que el peluquero trabajara a gusto, el casquetito natural, así se le llamaba al corte, tipo Toby el de los comics, que, por cierto, otra vez está de moda.
El peluquero no paraba de hablar, para delinear el corte colocaba espuma en la parte baja para pasar la navaja, limpiaba el cuchillo en pequeños pedazos de papel periódico; lo mismo hacía cuando les cortaba la barba a los mayores, a quienes reclinaba tanto que muchos se quedaban dormidos.
El corte periódico era hasta una tradición, yo recuerdo que mi padre acostumbraba llevar a sus hijos y nietos al primer corte casi recién nacidos, según esto para que creciera mejor el pelo.
El de peluquero era un oficio que pasaba de generación en generación, de ahí viene el apodo de chícharo, casi siempre un chiquillo que sacudía la ropa del cliente, barría los desechos, daba grasa y hasta iba por los refrescos; al tiempo iba aprendiendo el oficio.
Intempestivamente los salones de belleza se convirtieron en estéticas, inclusive se abrieron escuelas de belleza. Las peluquerías empezaron a perder clientes y el ágora del barrio desapareció.
Ahora estamos ante un renacimiento de las peluquerías, aunque ahora como BARBERÍAS. Sus principales clientes son jóvenes que frecuentemente van al corte de pelo, algunos hasta cada semana. Los locales fueron modernizados, ofrecen atención con cita, tratamientos y productos faciales, bebidas a quienes esperan, música de moda y hasta televisores por si hay fut.
Seguramente habrá quienes se quejen, sobre todo las señoras dueñas de estéticas, pero no cabe duda que se está diversificando el mercado: la oferta no sólo es de corte de pelo y afeitado sino también de tratamientos especializados para hombres y mujeres. Y bueno, al mismo tiempo, los caballeros regresan a un espacio donde pueden abordar temas propios de su género y las damas recuperan privacidad para sus asuntos. O sea es ganar-ganar y se estimula todo un sector de los servicios.