Por Carlos Ferreyra
… uno de esos temas que tan bien usan las autoridades, fue abordado en reciente coloquio celebrado en la ciudad de México, nuestro añorado Distrito Federal, donde el subsecretario del Trabajo, Ignacio Rubí Salazar, recalcó la decisión del Gobierno Federal para revisar los centros laborales, detectar y retirar niños dedicados “a actividades productivas”.
La declaración fue realizada en la Plenaria de la Cuarta Conferencia Mundial sobre Erradicación Sostenida del Trabajo Infantil. Sin duda el largo nombre ampara toda suerte de intenciones pero con una ceguera impresionante al no observar que los niños con empleo deben ser protegidos, sino principalmente los que en las calles hacen papeles de payasos, malabaristas, limpiavidrios o sencillamente piden dinero.
El funcionario hizo referencia a las recomendaciones de la ONU y señaló que acorde con la normatividad internacional y nacional, se busca garantizar los derechos humanos y “el interés superior de la infancia”.
Resaltó la reforma legal para elevar de 14 a 15 años la edad mínima de admisión en el trabajo, lo que fue ratificado por México ante la Organización Internacional del Trabajo. Pero eso para la tribuna internacional para lucimiento…
Lo que hay atrás quedó oculto por una realidad que se confronta el día a día en las calles de la gran ciudad. Y que nuestros gobernantes son incapaces de apreciar; quizá sus autos tengan vidrios oscurecidos o sencillamente nunca miran hacia afuera.
Para los funcionarios públicos es un problema de normatividades. Para los infantes y sus familias es un problema de supervivencia. Como ejemplo, el que mejor conozco, el propio:
Recién llegado a esta ciudad, y con el interés o la necesidad de colaborar en la magra economía familiar, me di a la tarea de recorrer el centro de la capital. En cada comercio, en cada sitio donde pensaba que había una posibilidad, ofrecía mis servicios como mensajero, barrendero, acomodar bultos, en fin, lo que surgiera y estuviera dentro de mis capacidades de niño de 14 años sin mayor preparación que secundaria incompleta.
La falta de una recomendación me impidió que en las más modestas tiendas de barrio me aceptaran. Y claro, con las nuevas reglas imposible que consiguiera un medio de subsistencia, importante para mí, para mi familia, pero lejos de las normas burocráticas.
Las tontas leyes de protección a la infancia son para el consumo público; no alcanzan a niños evidentemente drogados hasta la pérdida total de la consciencia, alquilados para que supuestas Marías los carguen en la espalda mientras tienden la mano para conmover a los automovilistas en zonas elegantes como Polanco.
Los pequeños, muchos de meses de nacidos, son alquilados o lo eran hasta hace poco, en una vecindad de la calle del Carmen y otra más en la propia Plaza del Carmen. En esos lugares además explotan a quienes elaboran las muñecas de trapo luego ofrecidas en centros artesanales.
Las mujeres son traídas de las zonas indígenas de los alrededores, especialmente del Estado de México y de Hidalgo. Resulta muy difícil de creer, pero son entrenadas en el arte de pedir, partiendo de cómo extender la mano, cómo mirar al posible donante y hasta cómo hacer sentir mal a quien se niega a dar limosna.
De acuerdo con los cálculos realizados por jóvenes universitarios hace una decena de años, y tomando la equivalencia del dinero actual, las limosneras de Polanco llegan a levantar hasta mil pesos por día cada una.
No es exageración si consideramos que cada automovilista entrega de diez a veinte pesos por limosna. Y que el horario de trabajo de estas mujeres se extiende desde muy temprano, a las siete de la mañana, hasta después de las siete de la noche, cuando pasan a recogerlas con una camioneta, la misma que las repartió estratégicamente en las avenidas.
Por el centro de la capital, a lo largo de la calle de Artículo 123 y por las calles aledañas a la Alameda Central, pululan los infantes sin hogar. En este caso son los llamados “niños de la calle” que lo mismo ofrecen sus servicios para algún trabajo legítimo, que se ofrecen para servicios íntimos o de plano se adiestran en el arte de robar.
Esos no son lucidores así que las autoridades, como si fuesen el drenaje profundo, no los visibilizan y mucho menos los protegen. Las casas de Protección Social –no sé si se sigan llamando igual—con regímenes cuasi carcelarios no logran retenerlos, lo que demuestra que no hay realmente un programa de reintegración a la sociedad.
De eso no se habló en la reunión en la que dialogaron visitantes de cien países. Y que se prestaron para servir, una vez más, de marco a las vanidades burocráticas nacionales.