Francisco Fonseca
Estamos -¿estamos?- recordando un aniversario más del inicio de la Revolución Mexicana, una de las más importantes en el mundo por sus consecuencias sociales durante el pasado siglo XX y que se continúan en el actual.
Ciento seis años de distancia. Para algunos suenan tan lejanos los acontecimientos que dieron lugar al levantamiento armado de obreros y campesinos, así como las aspiraciones que le dieron forma y contenido. ¿Cuántos habrá que recuerden que “Sufragio Efectivo No Reelección” fue la principal consigna de batalla contra la dictadura porfirista?
“El pueblo está apto para la democracia”, reconoció con amargura Porfirio Díaz, al constatar que los mexicanos de entonces estaban decididos a asumir conscientemente sus responsabilidades cívicas, en tanto que Francisco I. Madero, protagonista, hombre principal de la épica revolucionaria, recogía esas palabras para devolverles su limpieza y dignidad.
La democracia es primero, parecía decir Madero para quien quisiera escucharlo: “Si los hombres son perecederos, las instituciones, en cambio, son inmortales”. Así lo expresaba con el convencimiento de los visionarios, durante su recorrido solitario por amplias zonas del país. Únicamente lo acompañaban su esposa y un correligionario.
Ocurrieron la caída de Díaz, la entronización de Madero, los consejos de Gustavo su hermano, la Marcha de la Lealtad, la traición del chacal, el gobiernillo de Lascuráin, la dictadura Huertista, y los alzamientos de Carranza, Villa, Zapata hasta llegar a Obregón. Algunos años después del movimiento armado, en 1917 los Diputados Constituyentes plasmaron en Querétaro, como norma de cotidiana convivencia y como impulso vital del desarrollo nacional, el grito de redención, la justa exigencia que todavía no se resuelve por completo y por la que murieron un millón de compatriotas: Justicia Social.
Vendrían otros modos de afinar el ejercicio democrático. Pero nuestra Revolución, la única, la auténtica, la verdadera, la que viene de 1910, sigue guiando -¿guiando?– el rumbo y reiterando -¿reiterando?- el apego del pueblo mexicano al derecho, a la ley, a la libertad, a la paz, a la justicia social. Hablo de la Revolución Mexicana, movimiento de izquierda que, lamentablemente y al paso de los años, ha ido olvidándose de sus ideales, y que hoy sirve para explotar al pueblo.
Sin embargo, hay quienes olvidan la gesta de inicios del siglo XX. Hoy, en noviembre de 2016 hay quienes insisten en enterrar para siempre el proceso revolucionario, en desviar el camino y en buscar acomodo en otros sistemas, en extraños modos de vida, en costumbres y valores que no son los nuestros, en el beneficio personal olvidando los objetivos superiores de la patria. Ahora nos acogemos a lo “motherno”. Importamos modelos, al ejemplo del Halloween, del Horario de Verano, de “El Buen Fin”. El país pertenece a los comerciantes voraces, a los mercenarios del comercio, a los mercaderes, a los explotadores del pueblo, a los negociantes defraudadores, y a las autoridades que los solapan. Lo repito: son los otros mexicanos, los falaces, los del engaño y la rapiña. Hay pocos valores morales y éticos, y a quienes los conservamos nos miran extrañados.
¿Esta “mothernidad” nos defenderá de la oleada que se nos viene, ya?