Una de las contiendas más furiosas de la historia por la presidencia de Estados Unidos llegará hoy a su fin –por fin–, con el resultado menos malo para la Unión Americana, para el mundo… y para México.
Según proyecciones, predicciones, encuestas y apuestas, Hillary Clinton superará con suficiente ventaja los 270 votos necesarios para ganar la Casa Blanca, (El modelo de la calificadora Moody’s pronostica 332 para Clinton; 206 para Trump) aun cuando las preferencias populares marquen diferencia mínima entre ambos contendientes. Los otros dos, solo fueron candidatos testimoniales: el “libertario” Gary Johnson y la “verde” Jill Stein.
A menos que ocurra una sorpresa, los demócratas mantendrán el control del gobierno, pero el saldo de la guerra electoral será negativo.
Intolerancia, racismo y misoginia, renglones torcidos del discurso del odio, resurgieron de lo más profundo del alma del país más poderoso del mundo en boca de un charlatán furibundo, quien consiguió secuestrar al Partido Republicano y mover a más de cincuenta millones con un discurso enfermo de xenofobia y mentiras.
El bando demócrata tiene poco para presumir; Hillary Clinton fue pésima candidata, sin fuerza, fría, distante, antipática, sin talento para comunicarse y conectar con el electorado más joven.
Barack Obama irrumpió en 2008 con un discurso fresco para taladrar al monolítico poder de Washington. En esta ocasión, ocho años después, los estadunidenses deben elegir no entre una buena y un malo sino entre la viva imagen de lo más rancio de la política del vecino del norte, que hace soñar en un viaje al pasado, y Trump, el gran peligro para la democracia; ambos, candidatos impopulares a cuál más.
El lado menos perjudicial de todo esto, quizá sea precisamente lo aburrido de la experimentada ex Primera Dama, quien garantiza estabilidad, sensatez y sentimientos, pocas sorpresas, diplomacia responsables y cierta continuidad de lo hecho por Obama, aunque sea con menos carisma, entusiasmo, pasión y convicción.
En nuestro país el efecto de la victoria de Clinton ya es obvio. Basta advertir la ligera apreciación del peso frente al dólar que así saluda el arribo a poder de la primera mujer –y primera abuela– presidenta de Estados Unidos, después de 44 hombres.
Por encima de la noticia menos mala, nada espectacular deberemos esperar.
Clinton ganará con recelo, Trump, cruel, abominable, enfadado y presuntuoso, pateará el pesebre con violencia y rencor… y al día siguiente, medio país habrá de mirarse en el espejo; no le gustará nada la imagen reflejada.
El miedo a la fractura racial y social, y los demonios apocalípticos soltados por Trump, Estados Unidos ha quedado herido. Si al llegar Obama se disparó la autoestima, cuando asuma Hillary Rodham habrá de sanar profundas lesiones de un país dividido y agotado.
¿A cuántos les gustaría que Hillary fuera Obama?
EL MONJE ATENTO: Según Real Clear Politics, el Partido Demócrata ganará mayoría en el Senado; el Republicano conservará el dominio en la Cámara de Representantes; Washington DC decidirá si se convierte en el estado 51; los estados fronterizos con México, California y Arizona, además de Nevada, Missouri, Hawaii, Maine y Massachusetts, deberán decidir sobre la legalización de la marihuana para fines lúdicos. Audacia también es el nombre del juego.