Como toda insidia, la especie comenzó a circular primero por los anónimos pasillos del rumor; en las intrincadas redes sociales se esparció con la fuerza de un huracán, reportado por diarios y rebotado en algunas emisiones radiofónicas.
–¡Peña, renuncia ya!, decía el griterío. Fácil, como todo lo insensato.
En tiempos de Ernesto Zedillo también se hizo un ensayo desestabilizador alentado desde posiciones de la izquierda radical. Recuerdo que muchos llegaron a darlo por hecho.
Zedillo no renunció ni en sueños.
En México los cargos logrados por la vía electoral no son renunciables. El artículo 84 de la Constitución no lo prevé, salvo en caso de “falta absoluta” la cual sería cubierta inmediatamente por el secretario de Gobernación.
Si por falta absoluta entendemos deceso es una cosa; pero presentarse ante el Congreso y decir, ¡ya me voy! porque así lo exigen las redes sociales sería una “fumada”, es decir, una forma muy anticipada de legalizar la mariguana para fines políticos, no medicinales.
Las consecuencias de una abdicación presidencial serían incalculables para la estabilidad política, económica, financiera y el manejo de las Fuerzas Armadas –entre otras muchas cosas–, por no aturdir con las repercusiones nefastas en un país con un sistema de gobierno presidencialista.
La absurda exigencia de una renuncia presidencial tomó fuerza con la visita de Donald Trump. Lo insólito del asunto, la actitud del personaje y el torpe manejo de Los Pinos, avivaron la fogata. Hubo quienes hasta se envolvieron en la bandera para hablar de traición a la patria.
El 15 de septiembre fue necesario blindar al gobierno y manipular la concurrencia a la ceremonia del Grito de Independencia, en el Zócalo, pero el otro grito, el de la “renuncia”, no logró escucharse de manera apabullante, como si sucedió el sábado, cuando el músico británico Roger Waters – hijo de su Pink Floyd, especie de anarquista feroz con guitarra eléctrica– se erigió en abogado de los desaparecidos del país, y mediante una enorme pantalla luminosa –parte del espectáculo– se sumó a la demanda incomprensible mientras más de cien mil devotos le hacían coro.
Los “políticamente correctos” habían logrado al fin su cometido: ganar la Plaza de la Constitución y gritar por la renuncia de Peña Nieto a las puertas del Palacio Nacional.
No tengo certeza de las cosas, pero ante esa exhibición de libertad y tolerancia frente a la protesta social, el Presidente debió haber apagado el televisor.
EL MONJE VOLADOR: En México viajar en helicóptero se ha convertido en actividad peligrosa. O se caen por fallas mecánicas, o los echa abajo la delincuencia organizada, o los pillan en funciones extraoficiales como al inolvidable David Korenfeld, el “ex” de Conagua, o este domingo al senador Emilio Gamboa, en el Parque Nacional Arrecife Alacranes, ubicado en una zona protegida de la costa de Yucatán –paradójico nombre para este bochornoso caso, ¿verdad? Caray, Emilio, estarás de acuerdo: en tierra del jabonero, quien no cae, resbala. ¿O qué, a chillidos de marrana, orejas de chicharronero?
2 comentarios
PEPE FALAZ Otra vez el mismo argumento estatólatra. ¿De veras «las consecuencias de una abdicación presidencial serían incalculables para la estabilidad política, económica, financiera y el manejo de las Fuerzas Armadas» etc? ¿Lo deduces de un prejuicio cultivado por los cleptócratas y el Libro de Texto Obligatorio, o lo infieres de evidencias reales? Por decir: ni E.U. con la renuncia de Nixon ni Brasil con el juicio a Dilma, ni en la España que sentó ante un juez a la infanta etc., ningún país se va al diablo por un presidente o una aristócrata…. ¿No será más bien que eres el último presidencialistas de Latinoamérica, articulista, el colero que se quedó en el viaje retórico del autoritarismo mexica?
Ay Pepe !!!, ay Pepe, no son demasiados motivos o de plano abusos, despilfarros, ausentismo, errores, metidas de pata o de plano, pendejadas, que se traducen en un vacío de autoridad, y que los beneficios de las mal aplicadas, o de plano malas reformas no llegarán, y en cambio, perjudican a los mexicanos.