Francisco Fonseca N.
Este mes cumplimos un año más de ser independientes. Somos más libres. Somos más mexicanos. Este mes nos sentimos más patriotas y echamos el grito al aire para cantarle a México.
No podría, aunque quisiera, expresarme sin sentimiento de esta Patria generosa y esplendente. De esta Patria mía tan sufrida y que ha traspasado, tiempo ha, las puertas del destino. Camino largo y tortuoso. Camino de sabor amargo y de horizonte pleno.
Hoy los mexicanos no somos más que los de ayer, ni mejores. Somos los mismos. Tenemos igual origen. Nuestro camino es el mismo: esta Patria de azúcar y de almendra, de sangre y de tierra, de verde y de esperanza. Nos hemos nutrido de los alientos de Nezahualcóyotl y de Huitzilihuitl, de Altamirano y de López Velarde, de Agustín Yáñez y de Juan Rulfo, de José Rubén Romero y de Carlos Fuentes, de Octavio Paz y de Ricardo López Méndez. A nuestro país lo ha cincelado el paso metódico de la historia. La historia que escribieron los aztecas y los mayas, los peninsulares y los criollos, los buenos mexicanos y los otros.
Este bloque escultórico llamado México ha sido trabajado con esmero, con ardor y con pasión. El primer golpe de cincel fue la marcha de los mexicas hacia Aztlán. Continuó el trabajo escultórico. Hombres barbados venidos del mar, sobre caballos, con perros y armaduras, sojuzgaron y reprimieron, esclavizaron y explotaron, saquearon y mataron. En esta etapa nos acogimos a la protección obsequiada del cristianismo.
Al golpe del cincel surgieron de repente un puñado de patriotas valientes y esforzados: Hidalgo, Morelos, Allende, Jiménez, los Bravo, los Galeana, los Aldama. De pronto todos entendieron el mismo vocablo: ¡México! Y México tuvo que ser. Se concibió y nació. Más nombres: Josefa Ortiz, Juan José de los Reyes conocido como el “Pípila”, Bustamante, Quintana Roo, López Rayón, Guerrero, Guadalupe Victoria, Ignacio Pérez.
En aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810, en el soñoliento poblado de Dolores, el alcaide Ignacio Pérez les dio a conocer a los conspiradores el objeto de su encomienda y enterados empezaron una gran discusión en el despacho del cura Hidalgo. Alguien propuso huir al norte. Hidalgo respondió: “en el acto hay que hacer de todo, no hay tiempo que perder. En el acto mismo verán ustedes romper y rodar por el suelo el yugo opresor”. Aldama hasta tiró el chocolate que tomaba y exclamó: “señor, ¿qué va usted a hacer? Por amor de Dios, vea usted lo que hace”. Al llamado de Hidalgo se fueron juntando otros adictos a la causa. Hubo discusiones largas y difíciles. Hidalgo sentenció: “Caballeros, somos perdidos; aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines”. Allende respondió: “Echémosles el lazo, seguros de que ningún ser humano podrá quitárselo” Y así, en aquel pequeño conciliábulo, se inició la revuelta de Independencia de esta grande Patria.
Toda una pléyade de buenos mexicanos patriotas dignos y eternos. Ellos forjaron nuestra nacionalidad con su entrega, su arrojo, su valentía y su vida. Su sangre no se perdió, se recogió en el rojo de nuestra Bandera Nacional que hoy ondea por todos los rincones del país. Su sangre es nuestra sangre. Corre por nuestras venas.
Hoy los mexicanos no somos menos que los de ayer, ni mejores. Somos los mismos. Los mismos pero con el recuerdo de ellos y con su ejemplo. Somos el bloque del escultor del tiempo. Bloque de mármol, de oro, de esperanza y de realidades. Somos los mismos que los de ayer. Ni menos, ni mejores. Solo estamos al otro extremo del tiempo y del espacio.
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