Con mucha frecuencia ante los ejemplos del desvarío o la corrupción nacional en cualquier ámbito alzamos los hombros y decimos: en cualquier parte del mundo, esto habría provocado la caída del gobierno o el encarcelamiento de un funcionario o el cese de un administrador o al menos tendría consecuencias electorales.
Pero cuando aquí no sucede nada y los hechos contradicen a la lógica, la atropellan y la exprimen y le pasan por encima el tanque de la impunidad, confirmamos de la manera más triste y simple la única verdad absoluta del planeta: no somos como los demás y si en “cualquier otra parte” (ese indefinible reino de las otras realidades; tan otras como para sernos irreales), los hechos acarrean consecuencias, en México no sucede de esa manera. Nunca.
La red de complicidades, favores dispensados, deudas por pagar, favores por compensar y demás fórmulas con las cuales ascendemos o descendemos en la escala social son tan intensos, arraigados y fuertes como para no solamente sostenerlos, sino saber el peligro de nuestra estabilidad si la cadena llegara a romperse.
Si el hermano del presidente es sorprendido en plena transacción de favores con un funcionario de la secretaría de Gobernación quien lo retaca de billetes en sobres amarillos, nada ocurre porque la inmunidad fraterna llega desde el Palacio Nacional y el receptor de dádivas oscuras queda no sólo impune sino canonizado en los altares del martirio de los perseguidos por la impía inquisición de la derecha reaccionara clasista y racista.
Si los líderes del Senado y la Cámara de Diputados se enfrascan en una disputa pública y surgen los señalamientos por viejos trinquetes y negocios sucios, la única consecuencia es una taza de café en el Palacio Nacional donde una componedora con despacho en Bucareli, los conmina al orden, no a la honestidad y les advierte como dañan al “movimiento” (sinónimo de “la causa”), con esas actitudes pendencieras, pero sin mencionar (en el nombre del decoro hipócrita). Ni mucho menos indagar, los actos denunciados de corrupción y malos manejos.
Uno de esos personajes, el coordinador del partido en el Senado resulta acusado al poco tiempo, de haber puesto en el mando policiaco de su Estado –cuando era gobernador– a un integrante del violento cartel de la nueva generación de Jalisco, cuya operación en Tabasco ha ensangrentado tierras y pantanos. La acusación proviene del actual gobernador. El primero, amigo eterno del fundador del Partido; el segundo, operador y socio siempre disponible para cualquier encargo… del fundador del partido, una especie de Pedro Páramo de la Chontalpa. Todos son sus hijos.
Y no sucede nada. La violencia tabasqueña, de cuerpos desmembrados, camiones incendiados, caminos bloqueados en Centro o Centla, Paraíso o dónde sea, tiene vida, pero no tiene ni madre ni padre. Surgió por generación espontánea a pesar de las acusaciones del actual gobernador y la tibieza tolerante del Palacio Nacional.
Ya mandamos más soldados y elementos de la Guardia Nacional; estamos atendiendo las causas, como si la causa principal no fuera el contubernio político delincuencial hasta ahora intocado.
Si en Morelos el propulsor de Blanco, Hugo Erik Flores, dice con todas sus letras: Hugo Erick Flores, presidente del partido Encuentro Social que, en alianza con Morena y el PT, llevó a Blanco al gobierno de Morelos, acusó al futbolista de haberse dedicado “desde tu madriguera (te has dedicado) a planear negocios sucios, a emborracharte, acosar personas, violar leyes, incluso delinquir…”, nada sucede.
Y así hay una cadena maravillosa. El actual gobernador de Chispas desprotege al anterior, cuya ejercicio fue funesto a pesar de lo cual, el neo sistema lo premia con el consulado en Miami. Su único mérito, ser cuñado del líder en el Senado y también ex gobernador de Tabasco.
¡Hay Discépolo!, te recuerdo:
“…ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
En un merengue
Y en un mismo lodo
Todos manoseaos…”
Rafael Cardona