Sobre la marcha
La nueva barbarie que el mundo atestigua en Israel y en la Franja de Gaza que involucra a gobierno y entidades extremistas que hacen del terrorismo su herramienta, nos obliga a voltear al espejo.
Más allá del desempeño diplomático que México ha tenido en esta coyuntura geopolítica, hay que preguntarnos por qué nos horroriza la violencia de allá y la de acá se nos vuelve paisaje.
Cada día se cometen más de cien asesinatos; la violencia en nuestro territorio se normalizó a pesar de las promesas de unos y las falsas premisas de otros.
En México hay zonas en las que sus pobladores viven bajo asedio constante, donde la condena a una vida violentada está garantizada por el infortunio de su existencia en ese espacio.
El crimen organizado, cárteles inmunes a las guerras contra militares, guardia nacional o a los abrazos y prédicas desde el púlpito presidencial, gozan de la impunidad que les dan las burocracias policial, judicial y política.
Nos sobran episodios ominosos: 13 masacrados en Bocoyna, Chihuahua -el inicio-, 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, 43 normalistas de Ayotzinapa, 22 civiles en Tlatlaya, 5 jóvenes de Río Blanco en Veracruz, 16 chavos en Villas de Salvárcar, la masacre de 9 de la familia LeBaron, la desaparición de 5 más en Lagos de Moreno, Jalisco en donde se cuentan 15 mil seres humanos sin paradero, el acumulado más grande a nivel nacional.
En lo que va del año en México se han cometido 426 feminicidios de acuerdo con el Observatorio Nacional de Seguridad. Hasta julio pasado se contaron 488 víctimas de trata. Con datos de 2018, estamos entre los tres principales destinos globales de turismo sexual en busca de menores de edad.
A la barbarie en México se le ha dado carta de naturalización. En el sexenio de Felipe Calderón porque la guerra sería breve y ganada por el Estado. En la administración de Enrique Peña Nieto porque no se hablaría del tema y con pax narca, la violencia estridente se contendría.
Y en la vigente 4T porque los abrazos en lugar de los balazos harían ver a los desalmados que la felicidad no está en lo material sino en la familia y la comunidad. El nuevo humanismo mexicano, no permeó.
La sangre y el luto campean ante la indiferencia social y el pragmatismo político que acomoda estadísticas y discursos a conveniencia.
Ayer renunció Alejandro Encinas a la subsecretaría de Gobernación encargada de comisiones de la verdad y atención a víctimas relevantes. Se fue al proyecto de Claudia Sheinbaum. Lo sucedido a los 43 de Ayotzinapa engrosa la histórica impunidad nacional.
Una concentración de muerte como en Israel y la Franja de Gaza mueve al mundo. La dispersión de nuestro holocausto a través de sexenios y regiones diluye la atención, mas no el dolor.