Se entiende que toda la atención fue para Coppola por los antecedentes de este gran cineasta. Por ende la decepción causada por este tan esperado regreso fue aún más grande. “Megalopolis” es un proyecto que el cineasta de los “Godfathers” y de “Apocalypse Now” tenía cerca de su corazón desde hace más de 10 años. Fue el tiempo que le llevó, después de repetidos retrasos, para llevar a cabo esta súper producción en la que él mismo aportó 130 millones de dólares de su propia bolsa.
Coppola califica este filme como una fábula donde pretende ofrecer una mirada crítica sobre el mundo en que vivimos y a la vez proponer una visión utópica para el futuro. La historia se desarrolla en Nueva York que Coppola compara con el Imperio romano a la vez por su poder y por su gradual colapso. Un poderoso arquitecto –Adam Driver– tiene un proyecto visionario para regenerar la ciudad. El tamaño de su utopía resulta análogo a la pretensión de Coppola de darnos una “lección” ética y humanista que nunca se concretiza ya que la realización y el concepto del filme son increíblemente caóticos y hasta pueriles.
Resulta aún más penoso por el hecho que sin duda alguna el megalomaníaco director exigió que “Megalopolis” fuera presentada en competencia. Un estreno fuera de competencia resultaría más anodino. “Megalopolis” resultó ser la triste conclusión del brillante recorrido del icónico realizador.
Aunque la filmografía de la británica Andrea Arnold a pesar de tres premios cosechados aquí en el pasado, no se puede comparar con aquella del gran Coppola, me temo que la impresión que dejó su última aportación, “Pájaro”, es igual al catastrófico balance de “Megalopolis” tratándose del caso de un adolescente que crece en los violentos barrios pobre ingleses y de su sobrenatural encuentro con un ser medio hombre, medio pájaro.
La competencia sigue de vuelo bajo mientras que fuera de ella tuvimos por fin una buena película. Se trata de “Del amanecer al atardecer”, la producción islandesa dirigida por Runar Runarsson que representa la otra parte del fenómeno Cannes: la cohabitación de la fastuosidad de las súper producciones con la austeridad del cine íntimo y de autor.
La película de Runarsson resultó un buen ejemplo de esta vertiente. Se trata del emocional recuento de la manera en que una chica vive la inesperada desaparición de su joven amante en un accidente. La manera de asumir la pérdida es quizás bastante diferente a las costumbres de nosotros latinos, pero el delicado y eficiente tratamiento del tema por el nórdico Runarsson logra que el caso accede a una universalidad sin fronteras.
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