Con los vientos de febrero los nubarrones llegaron al Valle y parecieron asentarse sobre los viejos tejados del Palacio Nacional cuyo ocupante comienza a sentir los rigores del invierno.
Nadie habría pensado en el lejano 2018 (los tiempos en la política siempre son lejanos cuando se compara la gloria con la dificultad) a decenas de miles de personas contra los intentos de reforma constitucional; las batallas desde el despacho presidencial para deshacer los órganos autónomos y sobre todo nunca se habría creído en una sonora voz multitudinaria, insultando al patrono benefactor con el infamante título de “narco presidente”.
Pero esa manifestación, ante cuya contundencia el presidente no supo reaccionar con argumentos distintos a los gastados insultos contra la derecha clasista, racista y todo lo demás, cuando los verdaderos oligarcas se han cansado de ofrecerle sus capitales, servicios y respaldo, mientras en muchas ciudades se repetía con distintas proporciones una marcha cívica y ciudadana, lo ha puesto fuera de equilibrio.
“…todos estos corruptos que ayer se movilizaron en contra de la transformación… Ahora se disfrazan de demócratas cuando ellos eran los más tenaces violadores de los derechos del pueblo. Dicen ‘vamos a defender nuestra democracia’. ¿Cuál es la democracia de ellos? Pues la que funciona nada más como parapeto cuando en realidad lo que había era el dominio de una oligarquía… Los que estaban antes, en el gobierno o se beneficiaban de la corrupción, están informes y quiere regresar. Yo también quiero que regresen, pero lo que se robaron.”
Humor añejo, juego de palabras rancio cuya contundencia resulta escasa.
La actitud actual del señor presidente recuerda a la de los viejos campeones de box cuyas últimas peleas se daban con cejas de papel y espaldas contra las cuerdas.
Aquí la oposición no lo golpea tanto. Sus palabras lo llevan contra el encordado y facilitan el trabajo político de la derecha.
Por eso se queja de los “bots”, después de haberlos usado y seguirlos usando hasta la saciedad (y la suciedad); por eso mantiene y sostiene la cantaleta de la derecha, de los privilegios perdidos, de la maldad intrínseca de dos o tres personajes cuya fuerza ni con mucho tiene dimensiones considerables junto al enorme poder presidencial.
El guion ya comienza a aburrir.
Defensivo, con menos potencia en el golpe, susceptible al intercambio de guantes cuando en otro tiempo un solo golpe de su poderoso gancho de izquierda derribaba a cualquier oponente entre los gritos jubilosos de sus treinta millones de electores, hoy se faja y sale resoplando de la esquina ya sea porque la derecha también ha aprendido a golpear o porque no es posible pelear dos combates al mismo tiempo; el suyo y el de su candidata designada para una sucesión desabrida y llena de baches sobre el camino empedrado de las buenas intenciones y los pésimos discursos de copia al carbón.
Pero en su estrategia sobre el cuadrilátero no sólo hay tropiezos y errores sino una preocupante acumulación de pifias, como esa de insultar a la Suprema Corte de Justicia a través de la comparación con el sumiso y obediente señor ministro en retiro, Arturo Zaldívar, cuya salida del alto tribunal fue absolutamente irregular e injustificada, para salir de carrera a sumarse al equipo del segundo piso de la Transformación, donde poca gracia debe haberles causado el papelón del correveidile.
Y para mayor efecto del dislate mayúsculo, de exhibir –y hasta presumir sin recato– la obediencia de quien recibía una llamada y de inmediato la trasladaba a jueces y magistrados, por instrucciones superiores, sólo hacía falta la torpe respuesta del señor Zaldívar quien supuso la salvación de su malogrado prestigio con la simple respuesta: no es cierto, lo cual de inmediato colocó al Ejecutivo como un falsario, por no decir un mentiroso de tomo y lomo, porque aquí alguien miente.
O engaña el presidente al decir cómo instruía a Zaldívar o esta miente cuando niega las instrucciones, solicitudes, encomiendas, encargos, mandados o peticiones ya publicadas por el Primer Mandatario de la Nación, convertido en el primer mandón de la patria.
Les atribuye torpemente Zaldívar a las palabras presidenciales el fallo de no saber frasear porque desconoce la técnica jurídica, como si para decir esto fuera necesaria alguna técnica más allá de mover la sin hueso de manera alegre e irreflexiva:
“…Pero cuando se daban estos hechos (se refería a la reclusión domiciliaria de Lozoya), y estaba Zaldívar, se hablaba con él, y él podía, respetuoso de las autonomías de los jueces, pero pensando en el interés general, pensando en la justicia, en proteger a los ciudadanos ante el crimen, hablaba con el juez y le decía: ‘cuidado con esto’, ‘si viene mal la averiguación…»
Lindo eso de rendir respeto e intervenir en las decisiones ajenas sólo mediante una amable petición.
Dijo Zaldívar en su defensa (Radio Fórmula) “por cortesía” intercambiaba puntos de vista con el Señor presidente.
No, ministro en retiro, no confunda usted las líneas de su diccionario: una cosa es cortesía y otra cortesanía.
Pero no son esas las únicas cuitas en el panorama.
La malevolencia del pasquín más famoso del mundo –The New York Times–, obviamente al servicio de otros oligarcas de la derecha desplazada y vengativa, lo señala de nuevo como sujeto de investigación por nexos financieros con los narcotraficantes mexicanos, especialmente los de Sinaloa –a cuyo terruño viaja con frecuencia–, y eso se agregan a las calumnias (él dice), en cuyas líneas se señalan los nexos de sus hijos, lo cual enciende, porque no se mete uno con la familia, decían antes.
Pero esos periodistas, profesionales condecorados expertos en la calumnia, deberían aprender de Inna Afinogenova, quien ha tenido junto con Epigmenio Ibarra, el privilegio de una de las dos únicas entrevistas en solitario concedidas (si mis datos no fallan), en todo el sexenio.
“… entonces, empiezan a decir (comenta el Señor Presidente): ‘¡Cómo Andrés Manuel!’ o ¡cómo el presidente!’ ‘¡Qué barbaridad, le va a dar a una gente de Putin, una entrevista a una rusa!’ ‘¿Y por qué no se la da a Loret, o a Krauze, o Aguilar Camín, o a Dolia, o a cualquier otro?’, en fin, que son muchísimos. ‘¿Por qué a ella?’”
Pues quien sabe. Porque quien hace la preguntan no ofrece la respuesta.
Quien si replica y contesta es el NYT, señalado como pasquín inmundo pleno de reporteros calumniadores:
“Es una táctica preocupante e inaceptable por parte de un líder mundial en un momento en que las amenazas contra los periodistas van en aumento.
“Hemos publicado el artículo en cuestión y respaldamos nuestro trabajo de reportar y a los periodistas que van en pos de la información a donde sea que esta se encuentre”.
–¿Qué sigue?
Lo veremos, lo veremos…
Rafael Cardona