Como otras muchas cosas desaparecidas en la vida urbana de esta capital, nadie extraña aquellos pequeños pegotes en los autobuses destartalados cuando el pulpo camionero, esa bestia temible e inmortal, reinaba en calles y avenidas de la ciudad.
Los camiones cuyo eterno sobrecupo fue inmortalizado en los dibujos de Gabriel Vargas, con decenas de narices jitomatosas reventando las ventanillas, servían también para ofrecer información sigilosa.
Junto a los anuncios de academias milagrosas capaces de convertir a un analfabeto en astronauta en apenas tres semanas, había pequeñas tarjetas con letras rojas, adheridas con pegol, en las cuales se anunciaba el doctor Ruiz de Chávez, experto en atender “enfermedades secretas” en un discreto consultorio en la calle de Donceles o Guatemala, ya no recuerdo con precisión.
Era el tiempo cuando los viandantes del centro de la ciudad –por aquellos años el Centro del Universo–, recibían sigilosamente breves tarjetas cuyas palabras eran una franca invitación. Pequeñas junto a los habituales cartones de visita, sólo decían: Artículos para caballero. Con un teléfono.
Otras nada más anunciaban: sastre para caballero: Discreción y buen trato.
Tiempos idos cuando los sacerdotes confesaban al pecador cuya purgación le provocaba llamaradas urinarias cual si estuviera expulsando vidrio líquido, y antes de absolverlo le espetaban: si no le temes a Dios, témele a la sífilis, no seas pendejo, hijo. Reza dos rosarios y no peques más.
Hoy ya nadie acudiría a ese confesionario ni a ese consultorio (las enfermedades secretas hoy se llaman ETS), ni buscaría remedio a los ardores con sondas de permanganato. Es más, ya nadie tiene, como decía de sí mismo Renato Leduc, un porvenir color permanganato. Para quien lo ignore, este compuesto químico tiene un deslumbrante color violeta intenso.
Pero así como se fueron los anuncios de las enfermedades “secretas” también desaparecieron de las fachadas de loslaboratorios de análisis clínicos, los avisos de exámenes prenupciales. Hoy no son necesarios. Al menos no para males de gravedad mayúscula, como el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida.
Hoy, quien presente una condición de positividad prematrimonial (en cualquier tipo de matrimonio; de los de antes o de los actuales), no hallará en esa condición un obstáculo para firmar el contrato. Al menos eso dice la “Norma Oficial Mexicana para Para la prevención y el control de la infección por virus de la inmunodeficiencia humana”, publicado hace unos días en el Diario Oficial de la Federación por el subsecretario de Salud, el doctor López Gatinflas.
Cito a la letra:
“6.3.2 La detección de la infección por VIH no deberá utilizarse para fines ajenos a los de protección de la salud de la persona en cuestión. Ninguna autoridad puede exigir la aplicación de pruebas de detección del VIH a ninguna persona, o los resultados de éstas, excepto en los casos en que se presente una orden judicial.
“6.3.2.1 Tampoco se solicitará la prueba de detección del VIH como requisito para el acceso a bienes o servicios de cualquier tipo; contraer matrimonio; divorciarse; ingresar u obtener, permanecer o ascender en el empleo; formar parte de instituciones educativas o de salud; ejercer el trabajo sexual; o para recibir atención médica, y en cualquier otro caso que impida o anule el ejercicio de los derechos de la persona, salvo que sea en acato a una orden judicial, conforme a lo que establecen las disposiciones aplicables.
6.3.3 Los establecimientos para la atención médica integrantes del SNS deberán ofrecer de forma rutinaria la prueba de detección y el diagnóstico del VIH a todas las personas, sin importar afiliación o derechohabiencia, de manera voluntaria, confidencial y gratuita, para el cuidado de su salud, con énfasis en poblaciones claves, grupos en situación de desigualdad y vulnerabilidad, víctimas de violencia basada en género, todas las mujeres embarazadas o que deseen embarazarse, para prevenir la transmisión vertical, y en servicios de violencia (sic), urgencias, ITS, displasias, TB, adicciones, salud mental, salud sexual y reproductiva.”
Vaya…
Rafael Cardona