Tradicionalmente los diarios –-ayunos de noticias por la temporada vacacional y las fiestas de fin de año–, hacen ediciones (o secciones) especiales con noticias inverosímiles o hechos inexistentes, para rellenar la fecha del día de los Inocentes.
Si bien la escritura se refiere al asesinato masivo de infantes ordenado por Herodes para impedir la llegada del hijo del hombre, o truncar su vida desde el principio y evitar problemas posteriores, nada se dice en la tradición bíblica de la inocencia o candor, como campo fértil para el engaño.
Una cosa es la inocencia (no ser culpable) y otra la credulidad extrema (ser estúpido). Son dos cosas distintas.
Y en ese sentido en México todos somos extremadamente crédulos (estúpidos), porque a todos nos conviene de vez en cuando, creer (o hacer como si se creyera), en las engañifas del gobierno. No sólo de este, de cualquiera.
Si las frases de los gobiernos, de la Revolución para acá, hubieran sido ciertas, seríamos amos del universo. Y no, somos un país pobre y subdesarrollado.
También es cierta otra cosa: nunca la divulgación cotidiana de bulos y falsedades habían sido utilizada como herramienta central de la operación política del gobierno y casi como su única finalidad. Quizá por la inexistencia anterior de tantos medios de comunicación. Como nunca, gobernar es comunicar. Y comunicar, es engañar.
La única diferencia con el pasado es la patente de la engañifa, la distorsión la acusación auto exculpatoria y la mendacidad como fórmula política. Eso son las mañaneras, tan atacadas por algunos y tan defendidas por el presidente, quien ya ha dado instrucciones transexenales de continuidad.
La agencia Spin, de Luis Estrada, nos ha dicho con exactitud y tras una medición cotidiana: el presidente ha mentido 94 mil veces en mil conferencias.
–¿Y quién le ha reclamado algo? Nadie, porque todos somos inocentes palomitas sorprendidas por el engaño, en un eterno 28 de diciembre…
Mentira número uno: Las mañaneras son un mecanismo democrático de información y rendición de cuentas. Eso no se lo creen ni Don Pigmenio y Jesusito juntos.
Son una herramienta de propaganda alevosa y un tribunal sumario de instantánea ejecución contra quienes el dedo herodiano fulmina, como infantes de Galilea.
Hace un par de días, como si se tratara de demostrar vigor físico, el presidente se zumbó una conferencia de tres horas y en ella, además de las habituales obviedades y reiteraciones, defendió a su amiga Yasmín e instruyó –desde ahora–, a su corcholata o corcholato, para continuar con esta desmesura verbal:
“…Tiene que haber un medio de información, que, si es en la mañana, pues bien; si es en la tarde o cada dos días, pero hay que estar informando, y estar haciendo valer el derecho de réplica (el suyo), y no quedarse callados, para garantizar la libertad plena…”
Obviamente esta interpretación reventaría los archivos de Spin. No son muchas mentiras, ni son nuevas, pero son abrumadoramente descaradas, sobre todo por cuanto hace al mal llamado “derecho de réplica”.
Esa garantía se aplica únicamente en la aclaración de las noticias erróneas o los textos falsos o malintencionados, y obliga a publicar también la versión de quien se siente afectado. Pero el derecho de réplica o de queja, no es el derecho de inquietar a quien escribe una opinión.
La exhibición pública de las personas. –sus bienes, sus haberes, sus domicilios, su fortuna, poca o mucha–, no de su trabajo; las acusaciones de complicidad con quien saber cuáles daños a la Nación, es un proceso infamante y extrajudicial de ejecución civil y el presidente lo practica un día sí y otro también.
Pero si no fuera suficiente con esto, dispone la continuidad más allá de sus días en la responsabilidad ejecutiva que en tantas cosas tan mal ejecuta.
¡Ah!, no es cierto, de veras. Es 28 de diciembre.
Rafael Cardona