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La intolerancia: Mauricio Farah

Publicado por
José Cárdenas

Mauricio Farah

 

16 de noviembre, Día Internacional para la Tolerancia

 

Democracia y tolerancia se parecen en que ambas reconocen la validez de las diferencias, la riqueza de la diversidad, la fortaleza que da la pluralidad, el carácter imprescindible de la libertad.

Vivimos tiempos complicados y difíciles, en los que asoma la intolerancia en todas partes y momentos, incluyendo la arena pública, la discusión política y el ciberespacio, donde frecuentemente atestiguamos, más que el encuentro de argumentos, el choque de dogmas.

La intolerancia divide a las comunidades y a las sociedades y puede llevarlas a la violencia interna, así como a los países puede conducirlos a la guerra.

Quien actúa con intolerancia parece partir de una convicción o creencia que puede resumirse así: “Yo estoy bien, tú estás mal.”[1]

En consecuencia, tiene una doble medida: una para sí mismo y otra para los demás: “Yo soy, pienso, creo, sé, hago y promuevo lo bueno, lo acertado y conveniente, en tanto que tú eres, piensas, crees, sabes, haces y promueves lo malo, lo equivocado e inconveniente.”

Y va más allá: “En este tribunal que yo conduzco, yo estoy bien y tú estás mal. Por lo tanto, lo que te queda es aceptarlo, en cuyo caso te salvas; si no, te pierdes, y puedes hacernos mucho daño a los que estamos bien.”

La persona intolerante censura, condena y rechaza a quien no repite lo que ella dice. Asume su derecho a pensar y le da carácter de infalible a su pensamiento, al tiempo que despoja al otro, a los otros, de ese derecho.

Por eso combate o niega, rechaza o menosprecia el pensamiento, las creencias, los gustos y las preferencias de los que no coinciden con él.

Los intolerantes son enemigos de la diversidad y de la pluralidad, es decir, de la diferencia, es decir, de la libertad.

La única libertad que nos conceden es la de pensar lo que ellos piensan, creer lo mismo que creen ellos.

En la lógica de ese camino se topan con otra conclusión: puesto que yo estoy bien, tengo razón en todo; puesto que ya sé, no necesito saber más. Y entonces se cierran al conocimiento nuevo. Por eso no dialogan ni debaten. Para qué.

Los intolerantes están tan colmados de verdad que ya no les cabe un nuevo dato o una opinión distinta. El que tiene la verdad deja de buscarla. Desde esa posición superior predican. Al mismo tiempo, se pertrechan en sus creencias y consideran una ofensa que alguien las contradiga y más aún si pretende cuestionarlas.

La intolerancia, por definición, no es demócrata. La intolerancia repele todo lo que hace posible la democracia: rechaza las diferencias, condena el disenso, repudia la libertad.

Mucho bien nos haría deshacernos del “Yo estoy bien, tú estás mal”, y cambiarlo por el “Yo estoy bien, tú también”. Y entonces, reconociendo la igualdad de todos en derechos, nuestra condición de seres falibles y los beneficios de encontrarnos en el diálogo, trabajar juntos, con todas nuestras coincidencias y diferencias, para construir unidos el México que queremos. Porque si el país se divide en dos partes que no se toleran, sólo quedará el aniquilamiento de una de ellas. Y somos más de 130 millones. ¿Conciliamos o nos aniquilamos? ¿Usted qué opina?

 

 

(*) Especialista en derechos humanos y secretario general de Servicios Administrativos del Senado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] En alusión al libro Yo estoy bien, tú estás bien, del Dr. Thomas A. Harris

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José Cárdenas