Desde hace algunas décadas se inició la necesidad de clasificar a las personas por generaciones. A partir de los Baby Boomers surgieron las generaciones X (de 45 a 55 años), Millennials (de 35 a 40 años), Centennials (de 25 a 30 años), Z (de 18 a 25 años) y Alpha (nacidos en 2010).
Entre los Baby Boomers y la generación X todavía existían muchos lazos comunes (usos, costumbres y tecnologías), posiblemente el rasgo diferenciador más importante fue el político, pues los nacidos en la generación X ya estaban inmersos en muchos de los procesos de la “modernidad”: democracia plena, derechos de minorías, lucha frontal por los derechos humanos, mercados globales, etc.
La “súbita” irrupción de internet significó el cambio tecnológico más radical en la historia del hombre. Los anteriores cambios tecnológicos históricos se habían adoptado paulatinamente, pero nunca habíamos visto un cambio transversal, mundial y casi instantáneo, con una gran novedad adicional; accesibilidad de casi todas las clases sociales, tanto occidentales como orientales. África, tristemente, es la excepción.
Internet rompió con todos los paradigmas conocidos en la adopción de las tecnologías, y con todas sus consecuencias: redes sociales, instantaneidad, compras en línea, acceso al conocimiento, y una casi ruptura del espacio/tiempo, invirtió todo, ahora somos las personas intentando -casi desesperados- seguir a la tecnología. Si es que podemos.
Todo está “patas arriba”: nuestras compras, el trabajo, las finanzas, el entretenimiento, la salud, etc. Pero el efecto de mayor impacto está en la ruptura entre las generaciones. Hay una desconexión casi total, donde unos y otros nos sentimos totalmente incomprendidos. Excluidos.
En las generaciones Z y Alpha, este fenómeno se manifiesta con toda su fuerza. Están hartos de escucharnos decir sin parar “en mis tiempos no pasaba esto o aquello” y nos reprochan de todas las formas posibles, que este tiempo -su tiempo- del que tanto nos quejamos, fue causado por nosotros. Tienen toda la razón.
No soportan que en cualquier reunión en la que estemos juntos escuchan siempre los mismos problemas: del gobierno, de la seguridad, de política, de economía. De un futuro sin esperanza.
Y cuando hablamos de ellos, más quejas: cómo hablan, cómo beben, cómo se llevan entre ellos, y un interminable etcétera que aniquila por completo cualquier intento de comunicación. Vivimos bajo el mismo techo, pero en un aislamiento total. Tenemos un gran problema.
Podríamos estar en una mesa reunidos “X” personas, cada uno consultando su celular, consumiendo cada uno “sus contenidos”: noticias, Facebook, Twitter, WhatsApp, TikToc y pasar horas juntos y al mismo tiempo totalmente separados. O, peor aún, indiferentes.
¿Cómo pensamos construir el México del futuro en este presente?, ¿Cómo podemos pretender reconciliar a un país con tantas y profundas diferencias si además creemos no tener casi ningún eje común de convivencia o de comunicación?
Pues la buena noticia es que tenemos mucho más en común de lo que parece: un país bellísimo, personas, que son en su mayoría, fantásticas, recursos naturales importantes, etc. Tenemos, sin duda, muchas más oportunidades que problemas y que, sin relativizarlos, podríamos lograr resolverlos mejor si identificamos primero lo que nos une antes que apostar por lo que nos divide.
¿Sería muy difícil coincidir en lo que sí queremos para todas las generaciones? Paz, educación, justicia, salud, equidad y felicidad. Sólo por mencionar algunas cosas.
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